Revista Viajes

Carta desde Arequipa

Por Marikaheiki

Esta es una carta para mi amigo en las antípodas. Se la escribo porque estamos jugando a un juego (que hemos sacado del libro Turista lo serás tú, de La Editorial Viajera) que consiste en unir (a ciegas) cinco puntos de una ciudad cualquiera (puede ser la tuya) y después recorrerla siguiendo el itinerario espontáneo que haya surgido. Nosotros lo hicimos y nos encantó.

Querido Du:

Te escribo desde tu ciudad antípoda, Arequipa. Estos días hemos estado pintando las paredes de un hostal (somos voluntarios y también hacemos el desayuno) con unos chicos del Südtirol (yo también me preguntaba dónde queda eso, resulta que en la frontera norte de Italia). Como propusimos, hemos estado jugando a descubrir ciudades de otra manera. Esta vez no fui yo sola. Me acompañaron dos amigos con los que estoy viajando. Te los presento:

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Esta es Adriana. Con ella es con quien empecé este viaje hace casi un año. Nos conocimos hace cinco años, cuando las dos vivíamos en Bruselas y desde entonces siempre hemos estado viajando (¡casi siempre porque las dos vivíamos en ciudades diferentes y teníamos que visitarnos!). Es una lindura. Tienes que conocerla un día. Adriana va a ser quien elija “a ciegas” nuestro itinerario por la ciudad (por eso tuvo que taparse los ojos antes de empezar a jugar).

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Este es Mati. Nos conocimos en Ecuador hará unos ocho meses y desde entonces ha viajado con nosotras durante algún tiempo. Él es francés y lleva ya un año y medio de viaje. Es un poco salvaje y eso es lo que más me gusta de él. Y lo que está comiendo es un tamal, un snack a base de harina de maíz y carne que se sirve envuelto en una hoja de choclo. Por un nuevo sol te puedes comprar uno y la verdad es que están muy muy ricos.

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A mí ya me conoces. Esta es una imagen inusual porque muy poco a menudo me vas a ver sujetando un mapa entre las manos pero esta vez son las reglas del juego. Sin embargo, durante este viaje más bien he jugado a soltar los mapas.

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 Este es el mapa en el que hemos marcado el recorrido a ciegas. Empezaremos en nuestra casa e iremos hacia la montaña. Después cruzaremos el río. Ya verás qué linda es esta ciudad. Así mientras tanto te voy poniendo al día de cómo va nuestro viaje por aquí. ¿Estás preparado? Nosotros mucho. Así que vamos.

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Nuestro primer punto a ciegas es la Plaza de Armas. Perdona que no te la enseñe con todo el esplendor que tiene habitualmente pero es que justamente hoy hay una manifestación muy importante. Resulta que el gobierno de la región está vendiendo tierras a las mineras y los habitantes están en contra de que estén destruyendo sus campos de cultivo y sus tierras para satisfacer a los ricos más ricos (en este caso es a una empresa mexicana, ya te puedes imaginar). La gente gritaba consignas en contra de los derramamientos de sangre porque la policía ha matado ya a ocho personas de la región por este problema. Por eso estaban disfrazados de zombis.

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 Para llegar a nuestro segundo punto ciego pasamos por uno de los edificios de la Universidad San Agustín. Es hermosa. Entré a preguntar qué cursos tienen porque desde el primer momento esta ciudad me pareció perfecta para quedarme atrapada por un tiempo. Últimamente, cada vez que llego a un lugar nuevo, tengo que deshacer mi mochila, encontrar un lugar donde establecer mi pequeño hogar y salir a pasear como si fuera una habitante más. Así, y aunque solo sea por unos días, me siento que estoy “viviendo” algo, y no sólo de paso. Supongo que tiene que ver con llevar mucho tiempo sin poseer mi intimidad. O a lo mejor es que soy rara.
No me apunté a ningún curso, pero descubrí que en Arequipa hay un montón de cine independiente y gratuito. Fui feliz. Y comí muchas “canchitas” (así es como llaman aquí a las palomitas de toda la vida).

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Ahora llegamos al “parche”. Te lo defino para que entiendas: dícese del lugar donde los viajeros y/o artesanos tiran sus paños en la calle para vender sus trabajos (pulseritas, macramé, alambre, piedras, todo tipo de artesanías) a las gentes del lugar y a los turistas. En todas las ciudades existe uno y, si no existe, se inventa en una calle con mucha afluencia de personas o en la plaza (en los lugares pequeños). Desde que Adriana y yo decidimos que íbamos a seguir de viaje aunque ya no nos quedara mucho dinero hemos tenido que buscar un montón de maneras posibles de financiarnos (es que no queremos que se acabe nunca). Una de ellas (aparte de vender flores en la calle, que es mi favorita), es unirnos a los artesanos que estén de paso en cada ciudad y vender las cosas que nosotras hacemos. Yo sobre todo vendo mis libros. La primera vez fue en Argentina y desde entonces he tirado el paño en un montón de ciudades. Lo que pasa, y que no pasa con las pulseras o con otras cosas, es que muy poca gente lee. En Bolivia, me preguntaban asombrados qué era lo que estaba vendiendo. No pasan muchos viajeros vendiendo libros (casi todos hacen malabares o venden comida o macramé) y tampoco hay mucha gente que quiera comprarlos. Solo hace falta entrar en una librería y mirar los precios para darnos cuenta de que la lectura es una actividad reservada para un grupo muy pequeño de la población. Sin embargo he conocido gente muy linda a través del paño y cada vez que llego a una ciudad nueva lo lanzo un rato, a ver qué pasa. Porque tengo la sensación de que cuando salgo a la calle sin expectativas es cuando me pasan las cosas importantes.
Te quiero hablar de nuestra forma de viajar. Después de muchos meses hemos tenido que redefinir cuál era nuestro rol adentro del maremágnum de viajeros que pasan por cada ciudad día tras día. Normalmente hay dos tipos: los que se hacen llamar turistas y los que se hacen llamar viajeros (es todo lo mismo, la cuestión del nombre no me importa mucho, la verdad). Lo que los define son dos variables correlativas: el tiempo disponible para viajar en relación con el dinero disponible para viajar. Normalmente son coordenadas inversamente proporcionales. Yo me siento siempre en el medio de esta ecuación. Ni quiero considerarme una hippie de la calle ni pagaría un tour para ver el Salar de Uyuni. Quiero vivir mi viaje sin tener que adaptarme a ninguna de las reglas que hemos autoimpuesto a nuestra categoría como viajeros pero a veces es difícil. Algunos días trabajo en la calle con los libros, otros días hago voluntariado, otros días escribo, otros días pienso en el futuro y me doy cuenta de cuántas cosas he aprendido y puedo poner en práctica para sobrevivir. Supongo que todo está contenido adentro de uno (a veces también me pongo filosófica por las mañanas).

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El tercero de los puntos que Adri marcó en el mapa fue el Parque Selva. Justo ese día estaba cerrado (por el tema de los paros mineros) así que pasamos por la carretera laberíntica para verlo desde afuera. Para llegar hay que alejarse del centro histórico, que es donde vivimos, así que fue el primer punto que conocimos por primera vez en la ciudad. Y nos encantó. S me preguntó el otro día si tenía algún sueño. Le contesté que mi único sueño por ahora era tener una casa azul exactamente del color de la de la primera foto (a lo mejor tengo que venir a vivir a Arequipa). Lo cierto es que durante toda mi vida he tenido muchos sueños y poco a poco todos se han ido cumpliendo. Por ejemplo, vivir viajando. O escribir libros. O tener una habitación con balcón.

Y ahora, mi único sueño es ese: una casa azul.

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Cruzamos el puente para llegar al otro lado de Arequipa. No sé si te lo he contado pero esta ciudad me provoca un estado de ánimo muy concreto. Resulta que siento que estoy viviendo al mismo tiempo en una ciudad de Portugal, en otra norafricana, en Perú también, en España, en un montón de lugares. En Potosí me pasó lo inverso (o lo complementario): en vez de que todas las ciudades se hicieran una, fue el tiempo el que se condensó y viví la sensación de día domingo en un pueblo al sol, la de todos los domingos de mi vida en un momento. Fue una época en la que lloré mucho, sobre todo de alegría. Como que cada cosa que me ocurría dejaba una huella muy profunda en mí. Por eso estaba tan sensible a la luz, el no-sonido y la velocidad del viento.

Adri y Mati se abrazan.

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Hay otras dos cosas que me encantan de Arequipa. Una, es la cercanía con los volcanes. Durante este viaje he vivido un proceso muy intenso de reconocimiento de los elementos naturales, y sobre todo con las Montañas he encontrado un vínculo muy especial. Y los que rodean Arequipa…son simplemente hermosos. Con sus cumbres picudas cubiertas de nieve. El primero es el Misti (¿no suena lindo?). La cordillera que ves al fondo acoge el pico del Chachani. Son volcanes enormes aunque no lo parezca desde aquí. También hay muchos terremotos en esta zona. Ayer fuimos a pasear y el señor José me dijo: “las calzadas se mueven como si bailaran”.

La segunda cosa son los pequeños barriecitos en flor que aparecen por ahí sin que te des cuenta. Es decir, puedes creer que estás entrando a una calle y de repente se despliega un entramado de callecitas de roca blanca volcánica con flores rojas colgadas de las paredes y adornándolo todo. Son como microhábitats dentro de la ciudad. Las paredes son gruesas y no entra el sonido de la calles (que por cierto, son muy tranquilas) y los vecinos cuidan de su barriecito, le plantan cactus y le cuelgan estampas de la virgen y se santifican cuando pasan por delante.

Así es como llegamos al cuarto punto ciego en Arequipa: la calle Paz Soldán (cordillera al fondo).

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El último lugar de nuestro itinerario es el Puente Bolognesi, que cruza el río Chili de parte a parte de la ciudad. Mira qué lindas son las inscripciones de las puertas y de los frisos (todos los edificios son así por aquí). Es un tipo de decoración protohispánica que se utilizaba en toda esta zona (mi favorita en el mundo junto a la de Nepal). Y la luz norafricana hace que el cielo siempre sea de un color azul muy brillante. Y la leche asada es volver a Lisboa. Y los chicos preparan café italiano en una Bialetti. Y cantamos canciones con la guitarra. Es como estar en muchos sitios a la vez. O se me ocurre que tal vez es como estar exactamente en este lugar pero con los sentidos tan alerta y tan disfrutando de las cosas que vivimos. Lo cierto es que en estos quince días en Arequipa he pasado mucho más tiempo en la casa en la que hacemos voluntariado (el hostal Sol de Oro, en la calle Cruz Verde 307, simplemente hogar) que conociendo los highlights de la zona y todas esas palabrescas. Los días se resumen en pintar, querer, abrazar, café con leche y cigarrillos y sobre todo mucha mucha música. Y un poco de dialectos (porque estoy aprendiendo una versión del alemán de frontera italiana: el sudtirolés).

¿Sabes Du? Hace casi un año que me fui de casa (ya no sé a qué llamar casa, la verdad) y algunas veces me siento de regreso, y otras me enamoro de esta no-rutina tan linda, y otras me siento sola, y otras no encuentro siquiera un segundo para apartarme del resto de la gente y escribir a solas y otras veces extraño a mis amigos y otras las terrazas de Barcelona y otras necesito montar en bicicleta. Estos días he pensado en cómo sería regresar a casa, tener un espacio propio otra vez. Y también en cómo sería otra vez tener un trabajo, un calendario. Durante este viaje he pasado por las etapas más contradictorias del mundo y en todas ellas he aplicado una serie de dogmas a la mente y ella escogido las que conservaban algo de lo que ella piensa. No sé definirme, Du. No soy la viajera ni la turista ni la periodista ni la escritora ni la voluntaria. Todas esas cosas son agregados. No tengo un nombre, sino muchos. Algunas veces toda esta nebulosa de posibilidades me agobia. Así que, querido Du, creo que voy a dejar de pensar. Aunque me encanta darle vueltas al coco encontrando respuestas, planes o formas de sentirme. He descubierto que la experiencia es en la piel. Y esa es la mayor enseñanza de todas. No perderme en los tiempos verbales inconcretos.

Te envío tanto amor desde el otro lado del mundo.

Espero respuesta y saludos a tu familia y por supuesto a Thien.

M


Quiero leer la primera carta de Du desde Hue, Vietnam.


Este post es el resultado de uno de los juegos del libro Turista lo serás tú de La Editorial Viajera. La pista fue: “75. Une los puntos” y el objetivo es marcar cinco puntos a ciegas en el mapa de la ciudad en la que te encuentres, unirlos con una linea recta y seguir el itinerario espontáneo que se ha creado.

Durante los próximos días seguiremos jugando. Si alguien se atreve a unirse al juego puede contactar a través de la página de facebook de Hey Hey World.


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