Revista Arte

Cuando la conciencia no es más que un relámpago brillante entre dos eternidades de tinieblas.

Por Artepoesia
Cuando la conciencia no es más que un relámpago brillante entre dos eternidades de tinieblas.

Cuando El Greco pintase a María Magdalena no lo hizo solo una vez sino varias. Fue para el pintor cretense una inspiración estética inevitablemente compulsiva. Pero, en una de ellas, compuso una vez una imagen genial por su belleza, por su simpleza y por su creativa inspiración mística. Es la extasiada figura de aquélla que compone el pintor y que reflejará ahora, simbólicamente, la representación más paradigmática de la existencia humana. ¿Quién mejor que una santa pecadora para componer a un ser tan desesperadamente inconsistente de certezas? Pero es que, además, está ahora ella situada entre dos espacios estéticos que determinarán en la obra la incertidumbre humana más trascendente y misteriosa. A la derecha de Magdalena (nuestra izquierda en el cuadro) sitúa el pintor un cielo tenebroso de nubes oscuras desparramadas, aunque, ahora, con algunos rasgos de vaga luminosidad silenciosa. A su izquierda destaca el pintor la calavera de la muerte ante un fondo terrenal más oscurecido todavía. El cielo impenetrable por un lado y la tierra maldecida por el otro. ¿Es que la existencia humana no será más que un instante poderoso y relampagueante entre dos eternidades de tinieblas? La audacia y brillantez creativa de El Greco se transformará aquí en un misterioso universo de incertidumbres. La única certeza son las manos entrelazadas de ella, todo lo demás es desolación espiritual encubierta ahora por la piadosa inclinación de un rostro que no describe, realmente, ninguna piedad compulsiva. Sus rasgos tienen la virtualidad del temor humano, ese miedo indescifrable que iniciará a ser algo impreciso y sin sentido. Miran sus ojos hacia el único lugar que está ahora tan lejos como la mera sensación de seguridad que no hallará en sí misma. Pero su cuerpo, su figura humana, está ahora dirigida, sin embargo, hacia la tierra oscurecida de la muerte. Las manos hacia la tierra y su mirada hacia las nubes. ¿Dónde estará la verdad para una existencia tan postrada y sin certezas? 

Con esa forma tan particular de procesar instantes estéticos, El Greco resumirá en su obra una sensación imposible de desterrar del alma humana: que la incertidumbre siempre estará un minuto antes que la vaga ensoñación pueril de una verdad misteriosa. Y ese tiempo es el suficiente para producir la inquietud trascendental de una existencia. Sólo es ahora esperanza, no certeza. El pintor toledano lo sabría y buscaría así la grandeza de su Arte innovador para poder ocultarlo. Pero no necesitaría hacerlo con desgarro o con fiera irreverencia estética. Sus colores, sus formas, sus contrastes tan sutiles hacen que la mirada de los que vean la obra no miren ahora más que el éxtasis místico de una frágil persona. Por eso es un personaje la Magdalena tan acorde con la intención del pintor de crear siempre una imagen de humanidad vulnerable y perdida. Hay una dualidad que El Greco utiliza y persigue siempre en sus obras de Arte misteriosas. ¿Quién mejor que María Magdalena para poder representarla? Y esa dualidad de ella, esa doble cara de debilidad humana y de salvación espiritual, de caída y de redimida, hace de su figura estética un poderoso talismán para el pintor manierista. Por esto la dualidad la prolonga aquí el pintor hacia el sentido universal más misterioso de todos, ese donde la conciencia está pugnando para dilucidar la luz limitada, como un relámpago, que es la existencia humana. Existencia frágil situada ahora entre dos de las realidades más poderosas del mundo. Dos realidades manifiestas porque son las representaciones evidentes del origen y del final de todo. Esas evidencias las compone el pintor en su obra muy claramente. Es un contraste estético destacado que solo suavizará la figura frágil y encantadora de la santa misteriosa. Si obviamos su figura, si quitásemos visualmente la imagen de ella del cuadro, ¿qué nos quedará ahora? Tan sólo la oscuridad iluminada y la muerte. 

Por eso es la grandeza de la existencia humana lo que el pintor celebrará en su obra de Arte. Es la existencia humana lo único que puede exorcizar aquí la dualidad incierta del sentido universal del mundo. A ella se aferrará la figura sagrada al unir sus manos humanas en un gesto de serenidad más que de piedad o de éxtasis. En la obra de Arte lo que más desea expresar el pintor misterioso es que la vida humana es lo únicamente verdadero y poderoso ante el desatino de lo incierto del mundo. Para expresarlo no hace corresponder la parte inferior de la figura humana con la superior de su rostro. En su rostro hay temor y duda, en sus manos seguridad y ternura. En su rostro hay deseo de saber, en sus manos certeza impasible. Son las formas manieristas de El Greco, son las líneas distorsionadas de lo natural, de lo que el creador utilizará hábilmente ante los gestos humanos tan significativos. Pero a ellos, a esos gestos manieristas tan particulares, el pintor recurrirá siempre para poder describir lo que no se traduce nunca... Lo que es imposible de traducir porque son artificios estéticos que no tienen ningún sentido realista. Así consiguió el pintor de las sombras hacer brillar una luz misteriosa entre los entresijos de una incertidumbre existencial tan tenebrosa. Una luz que no está ahora entre la claridad de una de las partes cósmicas de la eternidad celeste, sino entre las manos firmes de la figura desolada de un ser que sufriría la ausencia de certezas evidentes. Y ese relámpago entonces de existencia es lo único que el pintor puede hacernos ahora brillar en su tenebroso cuadro sin certezas. Porque no hay más certeza ahora que la que el ser pueda elaborar solo ya con su conciencia... Aunque ésta no sea, a veces, más que una pequeña luz tenebrosa, pero tan espiritual, entre dos eternidades inciertas de tinieblas.

(Óleo María Magdalena, 1585, del pintor El Greco, Museo de Arte Nelson-Atkins, Misuri, EE.UU.)


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