Revista Opinión

Dos tazas de caldo en Irak

Publicado el 17 junio 2014 por Vigilis @vigilis

El "no repetir un Irak" en Siria nos ha llevado a tener "otro Irak" en Siria. Y también en Irak. A decir verdad, la difusa frontera pos-colonial entre esos dos países importa nada a los militantes del Estado Islámico. Hoy vemos análisis en la prensa con gráficos muy bonitos y mapas de colores muy atractivos. También nos llega de forma inmediata la última hora del movimiento de estos militantes, insurgentes, invasores o llámalos como quieras. Fotografías de gente huyendo de Mosul, reportes de combates en lugares que no colocamos en el mapa (Tikrit algo nos suena, era el bastión de Saddam). Análisis tan sesudos como inanes sobre conflictos antiguos no resueltos, sobre la debilidad del estado en ese desierto, sobre intereses de malvadas compañías energéticas y sobre disputas de caracter religioso.
Dos tazas de caldo en Irak
Lo que quieran. Yo lo único que concluyo es que nuestros códigos, nuestros conceptos e incluso nuestras palabras no sirven para explicar lo que ocurre. Art Spiegelman, en Maus, explica la historia de su padre, superviviente del Holocausto. Para hacerlo, antropomorfiza a animalitos (judíos como ratones, alemanes como gatos, etc). Esto logra que el código por sí mismo transmita información. Luego hay un momento en ese cómic en el que el autor le pregunta a su padre (superviviente) cómo era vivir en el campo de concentración. El padre cuando le cuenta la historia es un señor mayor, débil y enfermizo. Entonces de pronto se abalanza sobre su hijo y le grita: "¡Buuh!". Y claro, nuestro autor se asusta mucho. Y le dice el padre: "pues esa sensación de miedo es la que tenía constantemente". Estar asustado todo el tiempo. El anciano no pudo expresar con palabras, ni datos, ni mapas, ni fotografías lo que era vivir allí.
Dos tazas de caldo en Irak
En Shoa, de Claude Lanzmann, hay un momento en que Claude entrevista a un superviviente del Holocausto que es peluquero. Hablan de cómo era aquello. El peluquero estuvo en Treblinka y, como otros peluqueros, recibía órdenes de cortar el pelo a las personas que iban a la cámara de gas. El peluquero va contando cómo hacía los cortes, cuántas personas se sentaban en los bancos antes de entrar, etc. Cuenta que un día ve a vecinos de su pueblo, gente que conocía, entrar allí y tenerles que cortar el pelo (min. 50). Los alemanes les habían ordenado a los peluqueros que trataran de convencer a las víctimas que tras el corte de pelo les ducharían y les trasladarían de campo. Pero los peluqueros sabían que de las "duchas" no salía nadie vivo. Y nuestro peluquero entonces deja de hablar. Ese silencio es un relato más poderoso que cualquier estadística.
Podemos estar debatiendo hasta el fin de los días sobre los motivos del Estado Islámico, sobre sus fuentes de financiación, sobre de qué países les llegan los refuerzos. Podemos decir que en el asalto a Mosul cometieron el mayor atraco de la historia al llevarse 425 millones de dólares del Banco Central. Podemos denunciar la financiación por el robo de objetos arqueológicos y por las donaciones de países árabes del Pérsico. Hay incluso quien denuncia la "pobreza" como causa de la violencia. Aunque esto es más que dudoso porque hay lugares mucho más pobres que no producen esa violencia y la pobreza si produce algo es apatía. Para crear esa violencia organizada hace falta logística, experiencia, medios, etc.

Dos tazas de caldo en Irak

Miembros del ISIL (Estado Islámico de Siria y el Levante), en una imagen tomada de uno de sus recientes vídeos de propaganda. Ojo al calzado.

También se puede analizar desde el punto de vista militar cómo hay militantes del Estado Islámico que llevan más de diez años en guerra. Hecho que les otorga la mayor experiencia de combate de la historia (y por experiencia de combate no me refiero a pegar tiros, eso lo hace carne de cañón con poca esperanza de vida, sino a organizar, crear redes de comunicación, obtener inteligencia del enemigo, etc).
Por el camino, ahora que desempolvamos los mapas de 2003, nos encontramos con la experiencia kurda. Desde la primera guerra del Golfo, el Kurdistán iraquí es lo más parecido al éxito institucional que se puede encontrar en la zona. Llevan un cuarto de siglo siendo virtualmente independientes y explotando sus propios recursos petrolíferos con la inestimable colaboración de las zonas de exclusión aérea impuestas por los aliados en 1991.

Dos tazas de caldo en Irak

Desfile del ejército regional kurdo.

Otra lectura es el fracaso de Occidente en Siria. Tratar de ver la guerra civil siria como un conflicto entre dos bandos llevó a Occidente a no apoyar a ninguno. En Siria pelean los oficialistas, Hezbolá, Estado Islámico, Ejército Libre y quién sabe cuántos grupos más. Entre ellos. De hecho, una de las cosas que más llaman la atención de esta guerra es que vemos a los terroristas aliados de Irán pelear contra escisiones de Al Qaeda. Si Irán dejara de amenazar la existencia de Israel, enriquecer uranio, colgar homosexuales, lapidar a mujeres, tuviera prensa libre, elecciones más o menos libres, y dejara de financiar a grupos terroristas, sería un candidato a ser aliado de Occidente muy valioso. Eso no sucederá de momento, y lo sabemos. Porque si sucediera, los cuerpos que cuelgan de las grúas en el centro de Teherán serían de ayatolás y torturadores de la policía secreta.
El futuro pinta feo si a este cóctel le añadimos la fracturación hidráulica. Estados Unidos puede producir más petróleo que Arabia Saudí. Eso hace que puedan permitirse el lujo de no implicarse tanto en futuras guerras de Oriente Próximo. Es dificil ver el mundo sin el liderazgo de una policía mundial. La alternativa es una mayor implicación de las alianzas internacionales. Alianzas que pasan por un estado fallido como Rusia y una China incapaz de pasar el test de Voight-Kampff y que ya va servida con sus problemas internos. ¿Qué nos queda? Ah, sí, la Unión Europea. La Unión Europea es esa cosa que discute sobre cuotas de producción de quesos y que se muestra "deeply concerned" cuando Rusia le corta el gas a Ucrania. Un chiste malo.

Dos tazas de caldo en Irak

Ejército chino en Urumqi (foto de 2009).

Hay dos formas de encarar el problema (porque os recuerdo que es nuestro problema, no sólo por nuestra seguridad, sino por la de los que viven allá). Una es lo que yo llamo "no hacer nada". Esta opción contempla la colaboración con el ejército iraquí en cobertura aérea y en compartir inteligencia. La otra opción es "ir con todo". Reunir una fuerza multinacional con todos los efectivos precisos y sin restricción de presupuesto y establecer un plan a muy largo plazo que en la práctica supondría la recolonización de Oriente Próximo. La victoria militar de esta opción sólo sería un paso más en el objetivo final: lograr que una generación entera de árabes crezca y se eduque en paz y en libertad. Lejos de ideas mágicas, sabemos por experiencia que la paz y la libertad sólo se logran mediante el uso de una fuerza militar infinitamente superior a la de los que buscan guerra y esclavitud. No ignoro que esta opción es irreal. No sólo porque las actuales relaciones internacionales no pasan por su mejor momento, sino por el altísimo coste que supone. Dos resistencias que curiosamente fueron superadas en la Segunda Guerra Mundial.
Claro que no es lo mismo ver la foto de un niño francés llorando, que la de un niño árabe (o unas niñas nigerianas) llorando ¿verdad? A eso se reduce todo: en Occidente no provoca el mismo rechazo ver a lejanos desconocidos siendo torturados, discriminados, perseguidos y asesinados que ver que eso les sucede a gente como nosotros.
Y la gente todavía se pregunta por qué Occidente retrocede.


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