Revista Cine

El amor a los veinte años (L'amour à vingt ans; Francia y otros, 1962)

Por Manuelmarquez

El amor a los veinte años (L'amour à vingt ans; Francia y otros, 1962)
Ignoro si, a estas alturas, es ya una reiteración (cuandouno acumula ya un cierto volumen de material publicado, no es difícilrepetirse…), pero, aun cuando así fuera, no me importa insistir en laafirmación: soy un devoto y fiel admirador del cine de François Truffautt, elmalogrado director francés que, desde las huestes “nouvellevaguescas” delCahiers de Cinèma, y tras una fecunda trayectoria como crítico cinematográfico,desarrolló una filmografía más que estimable a lo largo de poco más de un parde décadas. Una filmografía en la que buena parte de la crítica ve notablesaltibajos, un envejecimiento no muy respetuoso con sus supuestas bondadesoriginarias y, en suma, un nivel medio que no está a la altura de la leyenda desu autor; pero en la que, por otro lado, se destila un amor tan entregado yprofundo hacia el cine que a algunos, entre los que me cuento, lasconsideraciones anteriores nos traen absolutamente sin cuidado.
La obra de Truffautt arrancó con la mítica ‘Los 400 golpes’,una cinta centrada en la figura del que, con el paso de los años (y laspelículas), terminó configurando una acabada y perfecta trasposición a laficción (aun con todos los matices que la ficción impone) de la personalidadreal del cineasta: Antoine Doinel (encarnado por el actor Jean Pierre Leaud). Yes el mismo Doinel el que protagoniza 'Antoine et Colette', una piezacorta integrada en un film colectivo,‘El amor a los veinte años’  (como ven, y como casi todo en el mundodel cine, el invento no es novedoso…) en régimen de coproducción multinacional,y en el cual a Truffautt le cupo el honor de cubrir el cupo reservado a supaís, Francia.
En este mediometraje (que es así como, más propiamente, ycontemplado de forma particularizada, habría que calificarlo), nos encontramosa un Doinel que ya no es el crío preadolescente de la opera prima de Truffautt,sino un muchachito que está a punto de abandonar la adolescencia para entrar enuna incipiente juventud, aun cuando conserva los rasgos de carácter que yaadornaban a su personaje en el film precedente: un chico serio, un tanto tímidoy taciturno, amante de la soledad, la independencia, la música y las mujeres, yque hace gala de su intensa dedicación a un trabajo que le proporcionaautonomía (económica y existencial), así como de una melomanía solo atemperadapor su búsqueda del amor.
Desde tales premisas, solo hay un lugar donde es previsibleque Doinel sienta la llamada del sentimiento amoroso, y ése, efectivamente, noes otro que una sala de conciertos. Allí conoce a Colette (Marie France Pisier),una chica morena y atractiva de la que Doinel se cuelga intensa eirremediablemente, y con la cual, en un principio (ella se muestra receptiva asus primeras tomas de contacto), parece que las cosas pueden marcharsatisfactoriamente. Pero el amor, ay, tiene sus retorcidos vericuetos, susmisterios insondables, y parece que la suerte de Antoine aún no ha terminado decuajar plenamente.Cuestiones dequímica, lectores amigos…
Truffautt nos ofrece esta historia, en poco menos de treintaminutos, con la sencillez y limpieza caligráfica con que habitualmentedesarrolló toda su obra; con una fotografía en blanco y negro de fuertescontrastes lumínicos; con una ambientación parisina que, sin caer en el tipismode postal, sí que refleja a la perfección el encanto de ese contexto; y, sobretodo y por encima de todo, con un cariño por sus enamorados (y un respeto ycomprensión de sus desiguales avatares) como solo un amante del amor(parafraseando el título de otro de sus films) podría ser capaz de plasmar en lapantalla. ¿Simple, imperfecto? ¿Y no es así el cine mismo, la vida misma…?  * APUNTE DEL DÍA: muestra evidente de cuán diferentes pueden ser las miradas sobre el amor en esto del cine, una peli tan radicalmente opuesta a ésta como 'Revenge', de Tony Scott; una reseña crítica de la misma, aquí.


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