Revista Cine

El árbol de la vida (The tree of Life, 2011) de Terrence Malick

Publicado el 25 septiembre 2011 por Loquecoppolaquiera @coppolablogcine

EL ÁRBOL DE LA VIDA (THE TREE OF LIFE, 2.011) de Terrence Malick

He leído por ahí algunas sinopsis y algunas críticas de El árbol de la vida, y me ha dado la sensación de que ni siquiera en las más afamadas webs de cine de la red se ha comprendido muy bien el argumento y sobretodo la razón por la cual se entremezclan unas imágenes del universo con una pequeña historia de una familia americana en los años 50. No es para menos. La película tiene unidad pero es compleja. Hay quienes la tachan de obra maestra y hay quienes la denostan y desairan por su camelo insustancial, su estructura estrámbótica o su inflada metáfísica. Confieso que soy más de los segundos que de los primeros. A mi juicio no es más que un intento fallido de emular un filme inmortal como 2.001: una odisea en el espacio, (1.968), y un filme que no pasa de ser un proyecto cargado de buenas intenciones que no van a ningún sitio. La copia nunca superará al original, y Terrence Malick no es Stanley Kubrick.

El árbol de la vida comienza y nos deleita con un recorrido visual desde nuestra amada tierra a  a nuestro sistema solar, pasando por sus exuberantes formas de vida. Sin embargo, aunque bellas y hermosas, el reportaje visual ya lo hemos visto una y mil veces. Porque en realidad Terrence Malick no nos descubre un mundo nuevo, sino que tan sólo nos refresca la memoria. Vemos lava de volcanes, erupciones, olas, playas, fastuosos bosques de la era cuaternaria, dinosarios, la profusa vegetación y la vistosa fauna de un mundo submarino, olas que estallan contra lenguas de lava, planetas inmensos de nuestro sistema galáctico, pero éstas imágenes están muy machacadas, ¿cuántas veces las hemos visto en nuestras televisiones?, ¿quién no se acuerda de la tan aclamada saga de Parque Jurásico?, ¿quién no se acuerda de los documentales científicos que veíamos en nuestra adolescencia?. Las hermosas imágenes de El árbol de la vida son las imágenes que utilizamos en los fondos de pantalla de nuestros ordenadores. Las mismas de los documentales científicos que emitían en la segunda cadena y en el Discovery Chanel.

Es cierto que Terrence Malick compone una simbiosis maravillosa entre la sucesión de las imágenes y las hermosas sinfonías de nuestros más célebres compositores clásicos, y que cuando escuchamos a Brahms, a Mozart, o a Dvorak, nos emocionamos, pero aunque en este punto el esquema técnico que utiliza es el mismo que presenta la inclasificable 2.001: Una odisea en el espacio, aquí el entrelazamiento de piezas clásicas con imágenes hermosas presenta un poder de evocación mucho menor. Justo en el momento en que la música comienza a embelesarnos, otra saga de imágenes y otros nuevos acordes nos interrumpen ese estado de gracia.

EL ÁRBOL DE LA VIDA (THE TREE OF LIFE, 2.011) de Terrence Malick

Quizá la mejor parte de la película, la más fresca y la más original, es el núcleo dramático que representa una pequeña historia de una familia americana en los años 50. Reconozco que está muy bien contado. La narración es sutil y delicada. Malick delinea los personajes con las contradicciones propias de la vida cotidiana. No son personajes puramente buenos o puramente malos, blancos o negros. Malick colorea la trama desde una amplia escala de grises donde se dan cita los rasgos de carácter, las adversidades del destino y las conductas contradictorias. Es delicioso ver como los hijos y los padres se relacionan en un mundo donde las grandes industrias tienen las riendas de sus vidas.

Como en aquel fantástico relato del imponderable Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas, esta pequeña historia contrasta con la inmensidad y con la magnificiencia de las imágenes del universo que Malick nos presenta antes y después. En el juego de estos contrastes Malick halla y nos muestra la medida justa del hombre en el universo, evoca su dimensión exacta desde un lugar que se sitúa más allá del espacio y del tiempo. El árbol de la vida se pregunta una y otra vez por el efecto hombre, por su esencia verdadera, por su condición en el mundo. Y esto es un dato esencial que no ha sabido ver buena parte de la crítica especializada de nuestros medios de comunicación.

EL ÁRBOL DE LA VIDA (THE TREE OF LIFE, 2.011) de Terrence Malick

No obstante en todo ello deviene fatalmente la inflada metafísica con que el director nos atenaza el ánimo. El discurso que se pone en escena es tan solemne, tan serio, y tan elevado que apenas hay espacio para respirar. Y eso por no contar con la religiosidad caduca, de corte judeocristiano, retrógrada, anticuada y carca  que sale a relucir por activa y por pasiva. En un mundo en donde el espacio de Dios ha sido reducido al limitado recinto de una caja de pino no tiene mucho sentido hablar de la vida religiosa de una familia de los años 50 en los Estados Unidos y pretender al mismo tiempo sentar un cuerpo de doctrina que trascienda las modas pasajeras, la geografía y la historia.

Esta película no se puede ver dos veces. Hay que verla con un par de Red Bulls en cada mano y acompañado de una chica de esas que hablan mucho para compensar los tiempos en los que el ritmo cinematográfico decae. Porque ya en los primeros 20 minutos se abren los primeros bostezos y cuando pasa la primera hora uno empieza a soñar con violinistas checas. El The End nos libera del sopor y en lo que a mí respecta recuerdo que unos 12 espectadores abandonaron la sala de cine antes de que terminara. He leído algunas críticas en Filmaffynity y esto del abandono prematuro parece ser que no es un caso aislado. Es algo que se está dando con cierta frecuencia. Por mi parte sigo pensando que el pecado capital de una película es el aburrimiento. No quiera Dios que el metraje acabe ardiendo entre las llamas del infierno. O del olvido que para el caso es lo mismo.    

ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS


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