Revista Arte

El arte de no ver más que el valor estético, el emotivo o el creativo de las obras.

Por Artepoesia
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El filósofo griego Epícteto (55-135) nos dejó una frase interesante para comprender, o mejor tratar de comprender, lo que la vida y sus cosas nos puede suponer: No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede. En el Arte esta sentencia puede ser clarividente también. ¿Qué nos dice de pronto una obra cuando la vemos?; sin embargo, ¿qué nos dice la misma obra cuando nos decimos -o nos dicen- cosas de la misma que pueden condicionarla? Este es el difícil reto del conocimiento parcial, de la visión de una obra participada por el sesgo crítico de aspectos que no tienen nada que ver con lo artístico. 
Uno de los primeros estudiosos del Arte fue el alemán Winckelmann (1717-1768). Dejaría escrito que en el Arte griego se podrían separar cuatro períodos históricos: el antiguo, el sublime, el bello y el decadente. Cuatro aspectos de la creación de una cultura, civilización o pueblo que pueden extrapolarse a la época del Arte occidental. El sublime comprendería el pleno Renacimiento; el bello, el inmediatamente posterior (Manierismo y Barroco); y el decadente, el siglo XVIII y posterior. 
Es decir, desde los años 1750 en adelante se ha vivido en el Arte una completa, desgarrada y fascinante decadencia. Esa decadencia que ha contribuido además a utilizar el Arte como fenómeno iconológico para proyectar mucho más que una emoción de belleza sobrecogedora y gratificante. Hasta hoy se ha llegado a utilizar el Arte como elemento de confrontación política e histórica. El museo del Louvre organizó meses atrás una exposición de Arte alemán comprendido entre 1800 y 1939. Un período tendencioso además, donde ni siquiera existía Alemania en parte de ese período. Los medios alemanes han criticado la muestra y la han considerado como una forma de proyectar todo el estigma histórico sufrido por Francia -país organizador de la exposición- a manos de un imperio alemán surgido al ritmo de las manifestaciones artísticas de un movimiento germanista. 
El historiador de Arte suizo Heinrich Wölfflin (1864-1945) defendió una forma de acercarse al Arte que me parece interesante. Introdujo la forma de estudiar el Arte con un método comparativo; unas obras contra otras obras, no unas ideas contra otras. Por otro lado, Wölfflin no estaba interesado en la vida ni en la opinión ni en el criterio de los artistas. Hasta el punto de proponer una historia del Arte sin nombres, aunque sí apoyaba el origen cultural o nacional de las obras. Por esto se puede hablar de arte alemán o italiano o ruso, pero no significaría tanto qué fenómeno sociopolítico como qué estilo se encontraría detrás de cada obra.
El Arte debe hacernos emocionar ante la visión creativa, ante la construcción de una forma bella y que nos inspire sentimientos de cercanía a lo que tiene de humano toda creación. Alguna podrá conseguirlo maravillosamente (sublime, bellamente), otras con ese amplio y sorprendentemente modo de impresionarnos o no (decadencia). Pero, desde luego, el Arte no es más que aquel reflejo de la vida que el gran Epícteto nos dejara dicho hace casi dos mil años ya: que sólo nos afectará negativamente aquello que nos decimos, o nos dicen, de algo que tan sólo es lo que es, sin más aditivos que los propios de una forma, unos colores y un sentimiento.
(Óleo Villa den el mar, 1878, del pintor Arnold Böcklin -autor denostado durante una época por haber sido el pintor favorito de Hitler-; Cuadro Alta montaña, 1824, de Carl Gustav Carus; Pintura El pregonero, 1935, de Karl Hofer.)

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