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El Greco crearía la sublimación del Arte pictórico trescientos años antes en la historia.

Por Artepoesia
El Greco crearía la sublimación del Arte pictórico trescientos años antes en la historia.El Greco crearía la sublimación del Arte pictórico trescientos años antes en la historia.
 El grupo escultórico Laocoonte había sido descubierto en las ruinas de Roma a comienzos del siglo XVI. Miguel Ángel, cuando lo viese desenterrado y salvado de la ruina de los siglos, se habría maravillado comprendiendo la grandiosidad artística de la antigua escuela griega de Rodas y su glorioso periodo helenístico. Era la manifestación de la Belleza en todas sus formas, tangibles e intangibles. Porque el Laocoonte representaba todo lo que los griegos habían conseguido enaltecer en su concepto universal de la Belleza. No sólo la verosimilitud de unos cuerpos humanos eternizados en piedra, no sólo la composición de una acción congelada en el tiempo (la leyenda del ataque de dos serpientes enviadas por los dioses para defenestrar al sacerdote troyano Laocconte), no sólo su exaltación de la mejor armonía estética entre el sentido y la forma, sino la representación más digna de una actitud heroica y contenida que de un cruel sufrimiento doloroso pudiera llegar a tener un hombre. La composición escultórica había sido traslada a Roma desde Rodas en el siglo I para acabar siendo instalada en el palacio-domus del emperador Tito. Siglos de decadencia y ruina romanas habían sepultado la escultura hasta que, en el año 1506, fuese renacida de nuevo para poder ver aquel sentido de Belleza completada que los griegos helenísticos tuviesen por entonces. Pasaría el Renacimiento y luego llegaría un pintor que inventaría, con su manierismo inveterado, un sentido ahora muy diferente de Belleza. La última obra de Arte que pintase El Greco antes de fallecer en el año 1614 fue su extraordinaria obra Laocoonte. Era la única que hiciese de la mitología, ya que todas sus obras habían sido religiosas. Pero al final de su vida se decide y pintaría ahora algo maravilloso. ¿Cómo se podía pintar en esos años una obra tan innovadora? Hay que situarse en el clasicismo que el Barroco inauguraba por entonces, comienzos del siglo XVII, para sorprenderse mirando una obra tan anacrónica para entonces. 
Porque entonces no se pintaba así en absoluto. Haciendo una abstracción estética al sentido que el Arte era por entonces, olvidándonos hoy de lo que sabemos de Arte por sus evolucionados estilos en la historia, ¿habríamos admirado entonces estéticamente una obra así? Hoy la admiramos encantados de ver algo tan sublime, original y fascinante, pero, y entonces, ¿comprenderíamos satisfechos lo que esos cuerpos inarmónicos, esa composición delirante, ese personaje principal tirado en el suelo sin la mínima dignidad mirando con desesperanza abatida el cómico rostro de una serpiente, representaban de ese modo tan heterodoxo? Con esta sugerente reflexión podemos ahora admirar no sólo la obra, sino sobre todo al creador tan original que fuera El Greco. Atreverse a pintar una obra que suponía en la historia además el paradigma de Belleza sublimada, objeto del descubrimiento que un siglo antes había alumbrado a la escultura helenística. El Greco incluye dos personajes más en su escena mitológica a parte de Laocoonte y sus dos hijos. ¿Quiénes son? Sólo podemos elucubrar. El más extremo de los dos personajes misteriosos además con la curiosa representación de dos rostros opuestos en su figura. Más misterio enigmático. Para El Greco, que inaugura con esta obra (y otras suyas también) la utilización del Arte para representar otras cosas a parte de las plásticas o formales, la pintura debía reivindicar alegóricamente lo que la belleza deliberada había consagrado antes en su expresión ortodoxa. Él no pinta a Laocoonte exactamente, utilizaría su leyenda para componer lo que él deseaba manifestar en su obra alegórica. No respetaría nada de la leyenda original, incluso podemos esperar en su obra que ahora las serpientes sean vencidas por la forma en que son contenidas fuertemente por las manos de los protagonistas... 
La leyenda contaba que el caballo de madera que los griegos habían dejado en Troya no fue aceptado por Laocoonte, y que por eso sería atacado por los dioses. Pero ahora, en la obra de El Greco, no es Troya, es Toledo la ciudad que el pintor compone al fondo de su obra. El pintor cretense desea que el que mire su pintura tenga que pensar o descubrir el sentido oculto de su obra. Era su arma y su manera de enfrentarse a una sociedad y a una época. ¿Qué representaba Laocoonte? Era un sacerdote troyano de Apolo que renegó de la ofrenda que los griegos dejaron, engañosamente, a las puertas de su ciudad. Se enfrentó con su rey Príamo, con sus correligionarios troyanos y con los soldados de Troya. Él fue el único que se atrevería a negar la bendición de ese regalo. Una alegoría de como a él mismo, al propio pintor, le sucediera cuando se enfrentara al gusto artístico de su rey (Felipe II rechazaría algunas de sus obras), a la jerarquía toledana o al provincianismo cultural de una época oscura. Nadie hubiese hecho una pintura como esa entonces, salvo él. Ya le quedarían días de vida y hasta su propio hijo debió finalizarla. No podemos saber qué representan los dos personajes misteriosos de la derecha. Algunos críticos hablan de Adán y Eva. ¿Por qué? ¿Sería una sublimación de una redención tardía? Como los primeros seres de la genealogía cristiana caída en desgracia, los personajes troyanos son ahora aquí una alegoría parecida. ¿Se equivocaron ellos también? Para la tradición de la caída de Troya, se equivocaron, y por eso acabaron atacados mortalmente por los dioses griegos. Pero, para la gloriosa tradición artística de belleza clásica, ¿se equivocó Laocconte? No, porque para los griegos helenísticos Laocoonte fue fiel a sus principios éticos y gloriosos de firmeza ante la ofuscada traición de unos dioses díscolos. Esto debía ser reconocido por el pathos griego más elogioso de heroísmo personal en un ser humano recio y determinante, gestos reconocidos por su belleza ética. Había defendido su opinión y murió Laocoonte defendiendo además a sus hijos, atacados antes por las viles serpientes asesinas. El Greco conocía muy bien la leyenda y la simbología de aquella sagrada belleza helenística. Aun así, no dejaría que sólo la belleza clásica reconocida fuese elogiada ahora en su grandeza física; ahora, además, perdonaba el error humano añadiendo los primeros seres defenestrados también por lo mismo en aquel paraíso primigenio. Uno de ellos mira la escena terrible con la afectación de comprender que eso mismo, como a él le sucediera, debía sancionarse. Pero, la otra lo dudaría, y en esa dubitativa actitud el pintor no supo más que componer un bifrontismo alegórico para disentir, ahora, de que lo que estaba sucediendo no era ni la consecuencia de un error ni la de una terrible culpa desastrosa. 
(Óleo Laocoonte, 1614, El Greco, Galería Nacional de Arte, EEUU; Fotografía del grupo escultórico Laocoonte y sus hijos, Escuela de Rodas, periodo helenístico, Museo Vaticano, ilustración de Jean-Pol Grandmont.)

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