Revista Política

El nuevo orden social, viejo orden social

Publicado el 03 enero 2014 por Fthin @fthin

El nuevo orden social, viejo orden social

Vaticinaba JL Sampedro que al final de esta crisis otro mundo no sólo sería posible, sino que otro mundo sería seguro. Dejaba entreverde esta manera el cambio de paradigma social que estaban llevando a cabo desde los poderes económicos, financieros y políticos. Y así es, aparecen ya en el horizonte las primeras líneas que dibujan lo que será (y comienza a ser ya) ese otro mundo, una nueva realidad que se muestra poco esperanzadora para los ciudadanos.

Se trata del diseño de una sociedad insolidaria e injusta, sin los servicios públicos básicos ni las políticas sociales más elementales de ayuda a las personas más necesitadas, con un mercado de trabajo regido por una legislación laboral semiesclavista en la que se trabaja más, en peores condiciones y por menos salario, donde campan a sus anchas las ideas del neoliberalismo más salvaje, una sociedad con menos libertad y derechos, con mayor desigualdad social y pobreza, y, por consiguiente, menos democracia.

Se trata de una sociedad estructurada por la tiranía de los mercados. Tras un periodo de ilusión democrática y bienestar que acabó en una crisis económica, consustancial al sistema y en la que se pidió hasta la reformulación del capitalismo, el poder ha vuelto a hacer suya aquella máxima gatopardista de que “todo cambie para que nada cambie”. Al fin y al cabo, la historia de la humanidad no es otra cosa sino el proceso dialéctico de la lucha del pueblo por poner límites al poder de los tiranos, de la élite dirigente. Cuando se producen cambios aparentes en las relaciones de poder, la anterior élite se adapta a ese nuevo orden, muta, y desde dentro vuelve a saltarse esos límites, cambia las reglas de convivencia social conforme a sus intereses, se afianza y procura conservar el poder para intentar perpetuar una nueva situación que se parece sospechosamente a la inicial. Lo nuevo que restaura el viejo y conocido orden social anterior, mismo perro distinto collar. Y lo hace desde la impunidad de sus acciones, amparados en un sistema legal diseñado ad hoc, y la creencia de que el poder le pertenece históricamente por el mero hecho de que siempre fue así.

En ese momento nos encontramos ahora. Un nuevo orden social, ordenado por las ideas del neoliberalismo, en el que desde el poder se está poniendo en marcha los instrumentos necesarios para su conservación frente a la apatía, alienación y desafección ciudadana. Así, en la cúspide se encontrará el poder económico y financiero, apoyado a sus lados por el político y mediático, que estarán sustentados en la represión ciudadana y las creencias religiosas, terminando en la parte más baja de su base con el conjunto del pueblo.

Pocas son las opciones que nos quedan a los ciudadanos frente a esta transformación social y política. Se trata de un nuevo régimen de corte totalitario, fascista y apariencia democrática que sólo encuentra legitimidad en el mandato financiero, donde la única opción política posible es la ordenada por el capital y sus secuaces políticos y mediáticos. Régimen que posiblemente sea incluso legal, pero socialmente injusto. Porque la legalidad no tiene que ser justicia, no tiene nada que ver. La legalidad es aquello que se hace al amparo de la ley, del derecho, mientras que la justicia se fundamenta en el terreno de la moral y los valores. Lo ideal es que con la labor de la ley se garanticen los principios que son la base de la justicia, este es el caso de los Estados Democráticos, pero cuando eso no sucede ¿qué se puede hacer? Porque la ley legitimada en sí misma nos lleva al formalismo jurídico que sirvió de base para construir legalmente regímenes totalitarios que emergen para garantizar el privilegio de unos poco y promover la opresión de la mayoría.

El nuevo orden social, viejo orden social

Ante la injusticia social, por más que esté revestida de las mayores de las legalidades, y la construcción de Estados Totalitarios al amparo de formas aparentemente democráticas sólo cabe otra salida que la lucha política y la desobediencia civil, de forma cívica y no violenta. Es decir, somos mayoría y debemos actuar conjuntamente, potenciar la participación en las instituciones políticas y sociales, y promover los cambios oponiéndose y desobedeciendo las normas de un poder que actúa injustamente contra sus ciudadanos. Como dice Chomsky los derechos no se conceden, se conquistan y es nuestra decisión reconquistar lo perdido y rediseñar una sociedad mejor, más justa, libre e igualitaria o mirar para otro lado y “adaptarnos” a vivir en este nuevo viejo mundo más miserable, bajo el yugo de quienes lo diseñaron pensando únicamente en la perpetuación de sus propios intereses.


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