Revista Cine

Guerra Mundial Z

Publicado el 02 julio 2013 por Diezmartinez
Guerra Mundial Z "-¿¡Tres mil zombis más!? No mames, Forster, no sabes cómo se pone Angelina: ¡es mucha lana!".
“En mi experiencia, para sobrevivir este tipo de crisis, hay que moverse”. Palabras más, palabras menos, es lo que le dice el exfuncionario de Naciones Unidas Gerry Lane (Brad Pitt) a la amable familia de inmigrantes mexicanos que los reciben en su modesto departamento. Allá afuera, en todo Estados Unidos –en todo el planeta, de hecho- algo ha infectado a los muertos que, después de unos 12 segundos de retortijones, se convierten en zombis velocísimos (¿zooooombis?) que muerden a otros seres humanos buenos y sanos que, luego de los 12 segundos de rigor, se convierten en otros invencibles infectados. La multiplicación de los panes. O, mejor dicho, de los zombis. Así pues, si Brad Pitt dice que hay que moverse, hay que moverse. Guerra Mundial Z (World War Z, EU, 2013), dirigida por Marc Forster, siempre está en movimiento, siguiendo a Mr. Pitt, la estrella productora del filme, en su búsqueda de la cura para esta pandemia que no se sabe dónde inició –acaso en Corea del Sur, tal vez en la India- pero sí se sabe cómo puede terminar: con todo el planeta Tierra tomado por los “Zekes” –los “Z” del título, es decir, los zombis. Inspirado en la novela homónima de Max Brooks –formada por una especie de recopilación “oral” de los participantes y testigos de la guerra contra los “Z” en todo el planeta-, la película retoma algunos elementos del cine clásico de zombis (los muertos vivientes son eliminados por un tiro en la cabeza, como lo estipuló George A. Romero desde Muertos Vivientes/1968) y otros más de sus relecturas más recientes (los infectados son tan rápidos, como en el díptico Exterminio/2002-2007) aunque, si somos estrictos, Guerra Mundial Z es más un thriller de acción con héroe fuerte, audaz y valiente (pero reluctante), que una película de zombis. Con un blockbuster de esta naturaleza, no podía ser otra fórmula. Hay muy poco gore en pantalla –los zombis son eliminados fuera de cuadro, nunca vemos sesos regados en el piso-, el inmaculado héroe Brad Pitt tiene un interés personal para resolver el problema de los muertos vivientes –hay una mujer y dos hijitas que lo están esperando, además de un niño mexicano solovino- y, por lo mismo, un final infeliz y/o deprimente está fuera de toda discusión, pues hay que recuperar los 190 millones de presupuesto de la película –y, por cierto, al momento de escribir estas líneas ya lo lograron: llevan 260 millones de billetes verdes y siguen contando. De cualquier forma, con todo y sus servidumbres, Guerra Mundial Z funciona ahí donde otros blockbusters veraniegos (Esperanza/Snyder/2013, sobre todo) fallaron: en la emoción que provoca ver al héroe en auténtico peligro, en el montaje de sus impresionantes secuencias de acción (la huida de Filadelfia y el pesadillesco caos en Jerusalén), en el logro de un genuino suspenso (Pitt encerrado y un zombi enseñándole literalmente sus dientes detrás del cristal) y en el trabajo de un extendido y competente reparto multinacional que dota de dignidad a todo los procedimientos: la israelí Daniella Kertesz, el italiano Pierfancisco Favino, el alemán Moritz Bleibtreu y el oscareado actor y cineasta escocés Peter Capaldi, entre otros. Sin duda, el final es anticlimático -¿resultado de los innumerables problemas en la filmación, que terminaron en el replanteamiento del desenlace?-, y el problema es que llega después de lo mejor de la película: la emocionante secuencia en un laboratorio galés de la OMS. De hecho, más que anticlimático, el final es apresurado: como si el director Forster y la estrella productora Pitt hubieran decidido que ya era suficiente y que había que terminar de algún modo, pero ya, antes de que se acabara la lana. Es una pena, porque se les fue de las manos una obra mayor. Eso sí: con ese desenlace tan a la brava, dejaron espacio para una secuela. Ojalá la hicieran, con más disciplina, más confianza en sí mismos y, eso sí, con más sangre, si me hacen el favor. 

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