Revista Filosofía

La desilusión liberal

Por Anveger

La historia de la libertad en España es ciertamente desilusionante, como tendremos ocasión de analizar más adelante en este texto. Esta desilusión liberal quizá explique que en España, pese a contar con una tradición liberal importante y un bagaje intelectual respecto al liberalismo que marcó precedentes en Europa, como ponen de relieve los escolásticos españoles y la Escuela de Salamanca, donde autores como el padre Juan de Mariana incluso defendieron el “tiranicidio”, actualmente no exista un estrato social favorable al liberalismo y por tanto tampoco existan partidos políticos en la España moderna proclives a políticas más liberales. ¿La temprana desventura de la libertad en España fue un desaliento al liberalismo en España?

Pese a los enormes reveses que ha sufrido el liberalismo a lo largo de la historia de España, la libertad no ha dejado de producir ininterrumpidos conatos de libertad frente al absolutismo, mostrando una resiliencia excelente. Estos dos hechos, la resiliencia y los reveses sufridos, ha dejado a la libertad en España durante buena parte de su historia en un estado de convalecencia constante: cuando parecía que acababa de recuperarse del último golpe, aparecía de nuevo otro ataque. A pesar de ello, España ha tenido un progreso hacia la libertad, aunque lento y convulso, producto de esta convalecencia de la libertad de la que hablamos.

Y es que la historia no es lineal, ni sigue un patrón de conducta, sino que depende de una pléyade de causas y casualidades (causualidad), donde pequeños sucesos revierten y modifican la correlación de fuerzas y hacen que el devenir de la historia sea muy diferente al de períodos anteriores.

Todo empezó cuando corría el año 1805, momento en que la flota británica se enfrentaba a la flota de España y Francia. El Imperio Británico contra el Imperio Español. Dos de los imperios más importantes de la historia del ser humano frente a frente. Dos modelos muy diferentes de entender el colonialismo iban a medir sus fuerzas.

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Y es que mientras que el colonialismo español se caracterizó por implantar mediante la fuerza una copia de la España peninsular al Nuevo Mundo, a través de la tortura, el adoctrinamiento, la coacción, el saqueo y el esclavismo, el colonialismo inglés se caracterizó por todo lo contrario: colonizar nuevos territorios, respetando los usos y costumbres de las tierras indígenas y siempre mediante el libre comercio. Inglaterra no sólo ha sido el Imperio de mayor dimensión geográfica de todos, sino que además pudo enriquecerse culturalmente de otros pueblos.

La flota británica, dirigida por el Almirante Nelson, derrotó a la flota francesa y española el 21 de octubre de 1805, en la famosa batalla de Trafalgar. Se trataba de un hecho histórico que supuso un punto de inflexión en la historia española y marcó el principio del fin del absolutismo.

Tres años más tarde, las tropas francesas se dirigían a Portugal por territorio español, amparadas por el Tratado de Fontainebleau (1807), pero inesperadamente deciden ocupar España, hecho que obligó a los reyes de España a refugiarse en el Palacio Real de Aranjuez. Esto provocó un serio descontento entre la nobleza que junto con la indignación popular causada por la derrota en la batalla de Trafalgar, la impaciencia de Fernando VII por gobernar y la incertidumbre política originada por la ocupación francesa, se produce el 17 de Marzo de 1808 el Motín de Aranjuez, donde una multitud de nobles se agolpa frente al Palacio Real, persiguiendo la destitución de Godoy y la abdicación de Carlos IV en Fernando VII, que finalmente se produjo. Fueron los primeros estertores del absolutismo.

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Poco más tarde, las tropas francesas reprimieron la insurrección y tanto Carlos IV y Fernando VII fueron a Bayona donde los dos reyes renuncian al trono y se nombra rey de España a José Bonaparte. Una gran cantidad de personas se concentran en el Palacio Real, con el objetivo de asaltarlo. Ante la expectativa de que las tropas francesas trasladen a toda la familia real, el gentío inicia el grito de “¡Que nos lo llevan!”, en referencia al infante Francisco de Paula. Las tropas napoleónicas abren fuego contra la multitud y se origina una lucha callejera, conocida como en Levantamiento del 2 de Mayo de 1808.

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Al tiempo que José Bonaparte I (1808-1813) comienza su reinado, y aunque existía una especie de división social entre los afrancesados y los patriotas, se fue fraguando cada vez un mayor resentimiento a un rey extranjero que derivó en la creación de las Juntas Provinciales y Locales, las que se autoproclaman soberanas y no reconocen a José Bonaparte. En ellas, participan personas de todos los estamentos sociales: militares, el clero, funcionarios y profesores. Estas juntas traspasan su poder a la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino, que desembocará en la apertura de las Cortes de Cádiz (lugar donde debatir a buen recaudo y lejos del poder de José Bonaparte) en el año 1810 que tras un período de debate se gesta definitivamente la Constitución de 1812, conocida como la Pepa, por proclamarse el día de San José.

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La primera Constitución liberal española había nacido y con aspectos tan positivos como la libertad de prensa, la defensa de la propiedad, la libertad de comercio, el fomento del liberalismo por todo el Imperio Español y la separación de poderes. Pero la Constitución también recogía las simientes de su propia destrucción: fue aprobada por sufragio censitario y establecía el unicameralismo. El primero hizo que tan sólo las clases altas pudiesen elegir a los diputados; el segundo hizo que la nobleza y el clero no contasen con su propia cámara, viendo reducir ostensiblemente su influencia y poder.

Con la llegada de Fernando VII a España, decreta desde Valencia en el año 1814 la abolición de la Constitución de 1812 y de todas las leyes que de ella derivan y reinstaura el absolutismo en España durante seis años: el Sexenio Absolutista (1814-1820). Durante este período, los liberales se refugiaron fundamentalmente en Londres donde muchos vivían en precarias condiciones y otros fueron aherrojados por Fernando VII en Melilla. Entretanto, los exiliados entran en contacto con ideas liberales en Inglaterra (Mendizábal, Enrique José O’Donell, Diego Muñoz-Torreo, Argüelles) y se crean lugares de actividad política.

En 1820, el general Rafael de Riego realiza un pronunciamiento en favor de la Constitución de 1812 que rápidamente es secundado por otros militares y que obligó Fernando VII a jurar la Constitución de 1812 pronunciando las siguientes palabras: “Machemos todos, y yo el primero, por la senda de la Constitución”. Es cuanto se producen las canciones populares de “Trágala”. Se reinstaura la Constitución liberal en España y se produce el período conocido como Trienio Liberal (1820-1823) donde los liberales encarcelados y exiliados vuelven a España para constituir las Cortes o, en su caso, un nuevo gobierno.

Entretanto, se organizaba el Congreso de Verona (1822), en la que acudió la Cuádruple Alianza, es decir, Austria, Prusia, Rusia e Inglaterra. En el Congreso se decidió la reinstauración del absolutismo en España, que fue reclamada por Felipe VII, tras el pronunciamiento de Rafael del Riego. No obstante, el Congreso de Verona era reacio a intervenir en España si la Constitución de 1812 era reformada y aprobado un sistema bicameralista. Desafortunadamente, la Constitución en su artículo 375 establecía que no podría reformarse hasta que no fuese puesta en práctica por un período de al menos 8 años.

Durante el Trienio Liberal, se redujo el diezmo a la mitad, pero se obligaba a pagarlo en dinero. Esto rompió con la costumbre habitual de pagarlo en especie, hecho que dio pábulo al rechazo al gobierno liberal entre el campesinado, puesto que la España rural, rica en todo tipo de productos agrícolas y ganaderos, exhibía a menudo falta de liquidez, haciendo muy difícil sufragar las obligaciones fiscales en dinero. Frente a ello, se encontraba la conocida flexibilidad de la Iglesia a la hora de cobrar sus tributos, provocando que el Estado liberal fuese percibido entre el campesinado como un aparato exaccionador inflexible frente a una Iglesia cercana y flexible. También, la separación de poderes auspiciada por los liberales hizo que el poder ejecutivo (el rey) y el poder legislativo se convirtiesen en compartimentos estancos, incrementando el gasto y provocando una inconveniente subida de las cargas tributarias.

Aunque la Constitución de 1812 convirtió la religión católica en oficial, de facto se estaba produciendo un debilitamiento vertiginoso de la nobleza y el clero, al tiempo que crecía el descontento hacia el liberalismo entre el campesinado. Se empieza a producir la primera escisión entre lo que en un principio parecía una amalgama social muy unida en la creación de las Cortes de Cádiz en 1810. Y es que no contar con el clero en una España religiosamente católica fue quizá un elemento más que desestabilizador para el constitucionalismo liberal, elemento desestabilizador que también podemos encontrar en las siguientes repúblicas de España.

Ante este panorama, el rey Fernando VII fue visto como un defensor del catolicismo ante el nuevo orden liberal, por lo que la sociedad estaba fragmentada en dos grupos: los liberales anticlericales y los partidarios de Felipe VII católicos.

La división que se estaba engendrando en la sociedad española, también se reflejaba en el parlamento, donde existía una elevada desunión nada recomendable para un período naciente que buscase romper con el absolutismo. Existía una división entre los doceañistas (partidarios de mantener un equilibrio de poderes que diera al rey algunas funciones) y los veinteañistas (más radicales que proponían la redacción de una nueva constitución). Además existían los que pertenecían a la masonería, que dentro de ellos existía una facción más radical conocida como la Comunería. Por otro lado, estaban los que pertenecían a la Sociedad del Anillo, en donde se encontraban los más moderados de los liberales. Lo cierto es que, lejos de haber una unión entre ellos, existían luchas intestinas y ataques que no hacían más que desestabilizar el período liberal.

Si bien la falta de inclusividad y de unión fue un problema, lo cierto es que fue el período de las políticas más liberales y de voluntad política de llevarlas a cabo de la historia de España. De haberse consagrado el liberalismo, hubiese convertido a España en una de las potencias europeas más importantes y una de las más modernas. Recordemos que la Constitución de 1812 fue una de las más liberales de su tiempo: limitación de poderes del rey, separación de poderes, sufragio universal masculino indirecto, libertad de industria, libertad de imprenta, derecho de propiedad, reconocimiento de la ciudadanía para todos los nacidos en territorios americanos.

Con elevada probabilidad este nuevo aire fresco de liberalismo, hubiese aplacado el descontento que se estaba gestando en los virreinatos españoles hacia la metrópoli, puesto que los criollos pasaban a ser directamente ciudadanos españoles con todas las de la ley y se fomentaba el libre comercio libre de aranceles, que los americanos apoyaban enérgicamente. El diseño territorial español con la nueva Constitución era el de una España federal, donde existía una gran descentralización de funciones y tributos en las regiones, aspecto muy demandado por los virreinatos.

Por otra parte, se aprobó la Ley del Señorío y la Ley del Mayorazgo, donde la primera supuso la equiparación del derecho de propiedad a la del señorío donde todo señorío sería legal en caso de demostrar su certificado de propiedad y la segunda supuso que el patrimonio de las grandes familias españolas fue diluyéndose en el tiempo a medida que iban produciéndose herencias y dividiéndose éste entre el número de descendientes, haciendo cada vez menos poderosas a las susodichas familias.

Mientras tanto, se gestaba en secreto el fin del liberalismo en España, por parte del rey Fernando VII internamente y por parte de Francia externamente. Finalmente en 1823 entraron en España 95.000 soldados, financiados por Francia, al mando del Duque de Angulema, conocidos como los Cien Mil Hijos de San Luis, provocando el derrocamiento del Estado liberal y la vuelta a la reinstauración del absolutismo, iniciándose un período conocido como Década Ominosa (1823-1833).

Tras la muerte de Fernando VII en 1833, se produjo la primera guerra carlista y Maria Cristina, la viuda del rey, se vio obligada a buscar el apoyo de los liberales para mantenerse en el trono, y configuró gobiernos con los liberales Martínez de la Rosa y Mendizábal, que finalmente aprobó la archiconocida Ley de Desamortizaciones.

El período liberal de la Constitución de 1812, aunque fracasó y se encontró con enormes dificultades internacionales, errores propios, divisiones internas, lo cierto es que marcó un punto de inflexión en España que impidió que el absolutismo volviese a imperar en España y todos los regímenes posteriores tuvieron en cuenta los principios liberales (María Cristina, Baldonero Espartero, Isabel II) y desembocó en la revolución de la Gloriosa de 1868, que provocó el derrocamiento de Isabell II y la instauración del Sexenio Democrático.

A la luz de la historia, podemos ver cómo la libertad en sus numerosos conatos de establecerse ha sido asediada en numerosas ocasiones, pero la libertad ha demostrado resiliencia al renacer una y otra vez, destronando finalmente al absolutismo e incrementando lentamente las libertades de los ciudadanos. Quizá esta desilusión liberal que nos ofrece la historia de España, haya condicionado el resto de intentos republicanos y luego democráticos a dejar a un lado los principios fundamentales de los primeros políticos liberales españoles, que fueron los que realmente derrotaron al absolutismo, al totalitarismo. ¿Fue la temprana desventura de la libertad en España fue un desaliento al liberalismo en España?


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