Revista Arte

La escisión imaginada entre un paisaje bello y una leyenda de poder, extravagancia y miseria.

Por Artepoesia
La escisión imaginada entre un paisaje bello y una leyenda de poder, extravagancia y miseria.
Todas las cosas bellas nacen también de la deteriorada o malévola materia de la que están hechas las formas terrenales. Huimos de la sordidez de lo que representan algunos conceptos universales en la memoria engrandecida de la historia tenebrosa. Pero formarán parte de todo lo que brilla, sereno, entre las perfumadas o calmadas aguas de una historia inevitable. Porque la crítica de las cosas hirientes y crueles de  la vida ha de hacerse ante uno mismo, ante la misma materia humana de la que estaremos todos hechos, a pesar de lo rechazable por supuesto que suponga. Por eso universalizar las cosas solo hace alejarnos como jueces envilecidos de la observación meditada de las cosas. La responsabilidad es personal siempre, y nunca podremos generalizar ni estigmatizar una colectividad, una historia general o un paisaje... El Arte tiene una virtualidad maravillosa, y es que siempre es un espejo donde poder mirarnos individualmente -con nuestros solitarios ojos- la objetividad concreta de lo criticable o de lo rechazable. Porque además utilizará la belleza -aquel Arte que la utilice- para poder mejor alcanzar el efecto especular de la crítica existencia. En el año 1831 el pintor romántico Turner expuso su obra Palacio y Puente de Calígula. ¿Ha habido una figura histórica antigua más detestable o  maliciosa? Representó durante siglos el ejemplo peor del comportamiento humano más infame. Entonces, ¿cómo se le ocurrió a Turner, un modelo de ser humano compasivo y amable, componer, justificando un paisaje tan romántico, un lugar ahora asociado al peor poder representativo de la maldad más inhumana?
Porque hasta The Times de aquel año 1831 se permitió publicar: uno de los paisajes más bellos y magníficos que jamás se hayan concebido... Y era así, concebido, porque el paisaje no existía en realidad. Fue producto de la imaginación, sustentada eso sí en la historia, de lo que habría sido un paisaje legendario del narrado palacio de aquel cruel emperador. Desde la edad media todo aquel complejo imperial romano situado en Bayas, frente a la bahía de Nápoles, habría sido deteriorado y hundido poco a poco en el agua. Desde el siglo I a.C. el lugar había sido desarrollado por los romanos como un espacio paradisíaco de retiro y diversión. Pero fue el emperador Calígula, gracias a sus extravagantes proyectos, quien haría famosa aquella bahía napolitana. Según una profecía que el joven Calígula conociera, sólo sería emperador si lograse pasar por encima de la bahía de Baiae con sus caballos... Así que construiría un puente de barcos con el cual pudo atravesarlo con un carro tirado por sus caballos. Pero el pintor inglés Turner compone, además del palacio, un sólido puente en la bahía, mucho más romántico y definitivo que un rústico e imposible puente romano de barcas. Todo imaginado, pero todo perfectamente calculado... ¿Cómo representar algo en tu época, siglo XIX, de un momento tan alejado y distante? Generalizando una imagen representada de lo particular que, ahora, no existe ya para mirarlo. Calígula no está ya, solo su puente y su palacio. Pero, sin embargo, tampoco esas cosas existirán en la realidad, sino solo en la concepción, basada en leyendas o historias, de un complejo imperial hundido hace siglos en el mar. 
Pero para componer un paisaje romántico tenía el pintor que añadir elementos emotivos de belleza. Lo consigue en el extremo derecho de la imagen, diametralmente dividida en el lienzo, donde unos árboles bien pintados brillarán junto a una pareja coloreada y sus cosas. Porque en el otro extremo diametral, el de la izquierda, donde aparecen reflejados el palacio y el puente imaginados, está, a cambio, totalmente desdibujado, empañado, deteriorado o nebuloso como las ruinas grandiosas de un pasado tan solo justificado ahora por la compasión o la belleza. El pintor aquí nos muestra la gloria del Arte y su belleza amparada, sin embargo, por la devoción que el artista evoca de un lugar que, para nada, debe ser asociado con el mal o su personificación maléfica. Es una realidad que fue motivada por la decisión personal de un individuo deplorable, pero no es menos verdad que lo que supone no es la crueldad o la maldad sino la consecuencia artificial y constructiva de un ejemplo de belleza. Pero un ejemplo de belleza, sin embargo, que el pintor aquí no manifiesta completamente. No solo porque no es la realidad, sino sobre todo porque no la destacará más que como una vaga imagen ensoñadora de una deteriorada visión ruinosa del pasado. Está ahí para hacernos ver que eso que vemos no es Calígula, sino sólo la construcción de un pasado grandioso defenestrado por el sismo, el tiempo y su memoria. Pero, a la vez, Turner transformará el paisaje furibundo con el maravilloso aroma de un momento de esplendor napolitano. Es esto, el momento y su belleza, lo que debe primar ahora en el sentido profundo de la visión del cuadro. Esa misma belleza que participará de la representación inconsciente de una trágica experiencia de la historia. Pero que no es trágica ni experiencia. Solo la responsabilidad personal de un solo ser humano en su historia. La conocida, la difundida, la utilizada ahora aquí para componer así un detalle legendario. Uno que es preciso, que es necesario para modelar así un paisaje tan romántico. Pero, sólo eso; no para juzgar ni para condenar, ni para generalizar lugar, entorno, historia, sentido... con una vida que descansa, se sostiene y alimenta de todo elemento vertebrador que permita, ahora, proseguir así con ella la belleza.
(Óleo Palacio y Puente de Calígula, 1831, del pintor romántico inglés Turner, Tate Gallery de Londres.)

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