Revista Arte

La inmortalidad desconocida y su contraria; o quizás has vivido una vez un instante infinito.

Por Artepoesia
La inmortalidad desconocida y su contraria; o quizás has vivido una vez un instante infinito. La inmortalidad desconocida y su contraria; o quizás has vivido una vez un instante infinito. La inmortalidad desconocida y su contraria; o quizás has vivido una vez un instante infinito. La inmortalidad desconocida y su contraria; o quizás has vivido una vez un instante infinito. La inmortalidad desconocida y su contraria; o quizás has vivido una vez un instante infinito. La inmortalidad desconocida y su contraria; o quizás has vivido una vez un instante infinito. La inmortalidad desconocida y su contraria; o quizás has vivido una vez un instante infinito.
Para cuando la vida se impone y nos obliga, devocionalmente, a enamorarla, a desearla, a mantenerla y a glorificarla, entonces, una vez, de pronto, desconsideradamente, sin sentido ni acopio de sorpresa, algo contrario nos lleva ya a sentirnos aturdidos, con una serena y pasmosa sobrecogedora intranquilidad. Para ese momento, o tenemos algo que nos viene de afuera y nos ayuda interesado; o tenemos más vida para cubrirla fuerte y dominarla; o tenemos que aprender a sublimar esa sospecha, esa certeza, ahora con nuestra propia ayuda, esa que sólo proviene de nosotros, de nuestra sincera, única y honesta manera de encontrarla.
¿Qué pasa si no continuamos al amanecer de un nuevo día? ¿Qué hace que esta sensación nos condicione ya todo el día anterior de ese momento? ¿Cómo hacer para calmar la sospecha incomprendida, inevitable y lastimosa? Los creadores y artistas han tratado de sublimar con su Arte esta sospecha. Pero, ¿se consigue así algo más alcanzar la salvación de no seguir ya tratando de calmar esa sospecha? Cuando el pintor Paul Gauguin se marchara a su paraíso tahitiano para tratar de encontrar ese lugar ya perdido por el Hombre, ese confort espiritual que a la vez le permitiera crear la más maravillosa inspiración que alguien tuviera, descubrió por entonces la pasión racial más lejana y cercana que existiera.
Pintó una vez a su amante polinesia Tehura como recordara ya de su admirado colega Manet que hiciera con su Olympia años antes. Pero, ahora, de otra forma; de espaldas, desnuda por completo con su figura inocente, impúber casi, abandonada a su temor, aunque ya no a su deseo. Y es por eso que fuera también el lienzo desestimado por el público parisino de entonces. Sin embargo, nadie entendió realmente el mensaje de su obra. No tiene nada que ver con el sexo, ni con la pasión, ni con la efervescencia de la vida y sus efectos. No; el sentido de la creación de Gauguin era todo lo contrario. La muerte aparece en la figura enhiesta, desatenta pero firme, espantosamente quieta y temerosa. Y ella, la modelo -su joven amante-, no sabe ya qué hacer sino calmarse, mantenerse ahora sin mover, sin mirar ya a otra cosa que a su miedo.
El pintor, al parecer, la descubrió así ya una noche, tan quieta y desnuda, tan paciente, que le sorprendiera y tan sólo podría ya recordar así este momento. Y lo pintaría en 1892, en su paraíso polinesio. Tanto le agradó este cuadro además, que, un año después, cuando quiso autorretratarse, lo colgó detrás de su cabeza como un recuerdo indeleble de aquel gesto. En esta ocasión aparece Tehura invertida, como el rostro del autor tras el espejo.
El pensador y filósofo alemán Nietzsche se obsesionaría tanto con la muerte como con la vida. ¿Qué sentido podría tener algo tan desesperante, tan desolador, eliminador y permanente? En una ocasión quiso exorcizarla ya, ahora con una narración clarividente y misteriosa, como él, como su metafísica recompuesta, original, contradictoria, ingente y desasosegadora. En su obra La gaya ciencia, nos dejó el siguiente texto:
¿Qué ocurriría si, un día o una noche, un demonio se deslizara furtivamente en la más solitaria de tus soledades y te dijese: "Esta vida, como tú la vives y la has vivido, deberás vivirla todavía otra vez e innumerables veces, y no habrá en ella nunca nada nuevo, sino que cada dolor y cada placer y cada pensamiento y cada suspiro, y cada cosa indeciblemente grande o pequeña de tu vida, deberá retornar a ti, y todas en la misma secuencia y sucesión, así también esta araña y esta luz de luna entre las ramas, y así también este instante y hasta yo mismo. ¡La eterna clepsidra de la existencia se invierte siempre de nuevo, y tú con ella, granito de polvo!"? ¿No te arrojarías al suelo, rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que te ha hablado de esta forma? ¿O quizás has vivido una vez un instante infinito, en que tu respuesta habría sido la siguiente: "Tú eres un dios, y jamás oí nada más divino"? Si este pensamiento se apoderase de ti, te haría experimentar, tal como eres ahora, una transformación y tal vez te trituraría; ¡la pregunta sobre cualquier cosa: "¿Quieres esto otra vez e innumerables veces más?" pesaría sobre tu obrar como el peso más grande! O, también, ¿cuánto deberías amarte a ti mismo y a la vida para no desear ya otra cosa que esta última, eterna sanción, este sello?
(Óleo del pintor frnacés Henri Michel-Levi, La niña y la muerte, siglo XIX, Museo de Bellas Artes de Nancy, Francia; Cuadro La muerte y la doncella, 1916, del pintor expresionista Egon Schiele; Óleo El espíritu de los muertos vela, 1892, Paul Gauguin, Nueva York, EEUU; Autorretrato de Paul Gauguin, 1893, Museo de Orsay, París; Pintura de la autora prerrafaelita Evelyng de Morgan, Ángel de la muerte, 1881; Detalle de la obra Triunfo de la Muerte, 1562, de Pieter Brueghel el viejo, Museo del Prado, Madrid; Fotografía de un antiguo cementerio celta en Irlanda.) Vídeo del filósofo francés Michel Onfray:

Volver a la Portada de Logo Paperblog