Revista Expatriados

Las lecciones de la aventura de Shah Shuja

Por Tiburciosamsa

William Dalrymple en “Return of a king”, su libro sobre la intervención británica en Afghanistán para reponer en el Trono a Shah Shuja, que fue el que utilicé básicamente para la serie anterior, extrae algunas conclusiones que aplica a la intervención de la OTAN en Afganistán en el siglo XXI. Sin embargo, pienso que las lecciones que saca se aplican mejor a la intervención norteamericana en Iraq que a la intervención en Afghanistán para derribar a los talibanes.
Los mandamientos para todo invasor occidental de un país tercermundista según Dalrymple y la adaptación que hace Tiburcio Samsa son:
+ Si tienes un país frágil e inestable y a su frente hay un dictador sanguinario… ¡no lo toques! El dictador podrá ser un cabrón, pero los cabrones son previsibles y con ellos uno se puede entender. Con el caos no hay entendimiento posible.
William Dalrymple piensa en Dost Mohammad el líder afghano que los británicos destronaron porque lo encontraban demasiado pro-ruso. Sin embargo, Dost Mohammad estaba deseando encontrar un acomodo con los británicos. De hecho, cuando los británicos lo repusieron en el trono tras la primera guerra anglo-afghana, trajo 20 años de estabilidad al país y no les dio demasiados dolores de cabeza.
Un equivalente de Dost Mohammad que se me viene a la cabeza es Saddam Hussein. Saddam Hussein gobernaba con puño de acero un país artificial y fraccionado. Era un cabronazo que no dudaba en gasear a sus minorías, pero era previsible. Cuando hizo falta pararle los pies a la Revolución islámica iraní, ahí estuvo él batiéndose el cobre por Occidente. Tras la invasión de Kuwait y la primera Guerra del Golfo, cayó en desgracia y se convirtió en un paria, cuya máxima aspiración era que Occidente volviese a darle mimitos.
En 2003 la invasión norteamericana derrocó al dictador sanguinario y ¿qué tenemos diez años después? Mejor que contarlo, recogeré algunos titulares de los últimos dos meses y que antes de 2003 habrían sido impensables: “La violencia en Iraq deja 1.000 muertos en septiembre” (2 de octubre); “Bombas suicidas mortales golpean Iraq” (29 de octubre); “EEUU emite una advertencia sobre los viajes a Iraq después de que se haya descubierto un complot iraní” (6 de septiembre); “Los atentados en Iraq dejan muertos a 18 miembros de la misma familia” (4 de septiembre); “Bagdad golpeada por una oleada de bombas” (3 de septiembre); “Una oleada de violencia deja a decenas muertos en Iraq” (26 de agosto); “El número de muertos mensual en Iraq, el peor desde 2008 (11 de agosto); “Una oleada de bombas mata a 69 durante el Eid” (11 de agosto); “Coches bomba en Bagdad matan a 35 y hieren a 90 (6 de agosto). Los titulares pueden ser un poco repetitivos, pero creo que se capta el patrón, ¿verdad?
Ya no hay tirano y en su lugar hay una democracia frágil, en la que el terrorismo es el pan nuestro de cada día. Y lo peor es que esa democracia frágil aún podría convertirse en tres democracias frágiles: una al norte, donde los kurdos, otra en el centro, donde los sunníes son mayoritarios, y una tercera en el sur, donde los chiítas son mayoritarios. ¿Seguimos estando seguros de que derribar a Saddam Hussein fue una buena idea?
+ Los países frágiles suelen ser ricos en una cosa: odios ancestrales. Derrocas al tirano que mantenía unido al país gracias al terror y descubres que los habitantes lo primero que hacen al verse libres es tirarse a degüello unos contra otros. Lo malo es que entre capón y capón alguno se les escapa que te da en la frente y te jode la ocupación. Un problema que tuvieron los británicos en Afganistán fue que nunca llegaron a comprender bien las alianzas y las relaciones de poder entre las distintas tribus. Algo semejante les sucedió a los norteamericanos en Iraq. Leí una anécdota que, de ser cierta, merecería entrar en la historia del disparate: en una reunión que se celebró una semana antes de la invasión, el Presidente Bush descubrió de repente que había musulmanes sunníes y musulmanes chiítas y que se odiaban.
+ Lo anterior podría evitarse haciendo algo tan sencillo como consultar a los especialistas que tienes sobre el terreno. Parece que si vas a invadir un país, primero deberías informarte, aunque sólo fuera para saber cuáles son las mejores discotecas para ir de marcha una vez lo hayas conquistado. Pues bien, parece que los políticos cuando están en vena suelen tener tanta prisa por invadir, que pasan de consultar a los expertos.
En la década de los 30 del siglo XIX, los ingleses tuvieron en Kabul a un experto excelente: Alexander Burnes. Burnes hablaba persa, que era la lengua cortesana de la región. Había vivido en Kabul y había llegado a tener un trato bastante estrecho con Dost Mohammad. ¿Tuvieron en cuenta los británicos las opiniones de Burnes en contra de la intervención? Para nada. Influyeron más las opiniones de Claude Wade, que estaba basado en Ludhiana y nunca había puesto un pie en Afganistán, y de William Hay Macnaghten, un erudito fastidioso, que creía que leer libros reemplaza la experiencia sobre el terreno.
Más de 160 años después, EEUU repetiría el mismo error en Iraq. Había habido informes de inteligencia que advertían que la postguerra y la ocupación podrían ser muy complicadas, pero los decisores decidieron ignorarlos y oír sólo a quienes les decían lo que querían oír: que el pueblo iraquí les recibiría encantados porque les traerían la democracia y coca-colas.
El Departamento de Estado tenía preparado un equipo de viejos expertos en la zona para que colaborase en la reconstrucción. Lo malo es que se conocían el percal y decían cosas desagradables como que Iraq era un país dividido, que Saddam Hussein seguía gozando de simpatías en muchos sitios y que muchos iraquíes acabarían viendo a los norteamericanos como a invasores. Fue predicar en el desierto. Al final la autoridad de transición estuvo en manos de Paul Bremer, un diplomático norteamericano que lo más cerca que había estado del mundo árabe fue cuando al comienzo de su carrera estuvo destinado en el amable Kabul monárquico de mediados de los sesenta. Bremen se rodeó de gente como él: muy ideologizados, muy republicanos, muy creyentes en las bondades del libremercado y muy ignorantes de las realidades del país que iban a gobernar. El que quiera tener una idea de cómo eran y lo bien que la cagaban, puede consultar “Green Zone” del periodista Rajiv Chandrasekaran, que los conoció en la seguridad de la Zona Verde, que era la versión iraquí de los Mundos de Yupi y el único sitio en Bagdad donde uno podía decir que el país se estaba enderezando, sin que se te descojonaran de risa.
+ Las invasiones pueden ser baratas, pero las ocupaciones son caras. No seas tacaño cuando hagas tus cálculos antes de la invasión. Una vez estés metido en harina, descubrirás que incluso los presupuestos que parecían más descabellados, se han quedado cortos.
Por ejemplo, en 1841, cuando apenas llevaban dos años metidos en la aventura afghana, los británicos descubrieron que se estaban gastando dos millones de libras anuales, que era mucho más de lo anticipado. Afghanistán se estaba comiendo todos los beneficios que sacaban del comercio del té y del opio con China y aún les estaba dejando en números rojos. Los británicos intentaron recortar gastos: reducir los sobornos a los jefes tribales y no construir una serie de fortificaciones. A los pocos meses estaban saliendo del país con el rabo entre las piernas.
El 16 de marzo de 2003 el Vicepresidente norteamericano Cheney afirmó que la guerra costaría 80.000 millones de dólares. La ocupación y la reconstrucción del país, que precisarían dos años, costarían 10.000 millones anuales. Costo total de la operación: 100.000 millones de dólares, una cifra tan bonita y redonda como mentirosa.
Para empezar la ocupación no duró dos años, sino ocho años y medio. En cuanto a su coste, he buscado en varias fuentes, que utilizan distintas metodologías y no concuerdan en las cifras finales. Sin embargo, hay consenso en una cosa: la intervención costó muchísimo más que los 100.000 millones de dólares que dijo Cheney. Un informe que publicó este año el Watson Institute for International Studies calcula que la guerra pudo haber costado 2, 2 billones de dólares (sumándole el medio billón de dólares gastado en subvenciones y ayudas a los veteranos) y “Estados Unidos ganó poco de la guerra mientras que Iraq quedó traumatizado. La guerra revitalizó a los militantes islamistas radicales en la región, hizo retroceder los derechos de las mujeres y debilitó un sistema sanitario que ya era precario (…) mientras tanto el esfuerzo de reconstrucción de 212.000 millones de dólares fue en gran medida un fracaso, habiéndose gastado la mayor parte del dinero en seguridad o habiéndose desperdiciado por mal uso y fraude.” Comparado con esto el dinero que Felipe II se gastó en los barcos de la Armada Invencible para el resultado que le dieron, fue pura calderilla. Por cierto que en ese período han muerto entre 176.000 y 189.000 personas. Como soy de letras lo dejaré en algo más redondo: 180.000 muertos y tomaré como gastos 2 billones de dólares (los decimales me joden mucho; vuelvo a recordar que soy de letras). Si he hecho bien los cálculos, el muerto ha salido a 11 millones de dólares. No sé, creo que mantenerlos con vida y ofrecerles una existencia cómoda nos habría salido más barato. 
+ Hacen falta muchos soldados para garantizar una ocupación. Sí, muchos más de los que te hubieras imaginado. Los británicos emplearon 20.000 hombres en la invasión de Afganistán en 1839, más la pobre excusa de ejército de Shah Shuja. La fuerza era suficiente para conquistar Kabul, que era lo sencillo. En cuanto la situación se torció, resultaron insuficientes. Y no sólo eso, como el responsable político de la operación, Macnaghten, no se daba cuenta de que estaba sentado encima de un barril de pólvora y no paraba de informar a sus señoritos de que las cosas iban a pedir de boca, la Compañía estaba en pleno proceso de retirada de parte de los efectivos cuando estalló la revuelta que les expulsó.
En 2001 y 2003 EEUU olvidó por dos veces esa máxima. En 2001 en la intervención en Afganistán, estaba tan interesado en no enfangarse para poder atacar inmediatamente después Iraq, que utilizó unas fuerzas mínimas y subcontrató servicios en jefes tribales antitalibanes. Resultado: Obama bin Laden pudo escaparse y los talibanes quedaron tocados, pero no hundidos y a los pocos años volvieron a asomar la cabeza. En 2003, los expertos advirtieron que harían falta varios centenares de miles de soldados en Iraq. Si se quería mantener la misma proporción de tropas con respecto a población civil que en Bosnia, harían falta medio millón de soldados. Puede que ese número sea un poco exagerado, pero los expertos estimaron que harían falta en torno a 300.000 soldados. Vamos, cualquier cosa menos la ocupación baratita de la que había hablado Cheney.
En resumen. Vista la experiencia histórica, si tienes un tirano cabronazo que no da mucho la lata salvo a su propio pueblo, tápate las narices y mira a otro lado. A lo mejor te da mejores resultados que derrocarle. 

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