Revista Tendencias

Más allá

Publicado el 11 junio 2020 por Claudia_paperblog

Anoche, justo antes de quedarme dormida, me acordé de las clases de español que le daba a Theresa. La verdad es que no recuerdo su nombre, así que le he puesto Theresa. Lo que sí recuerdo es que era una persona muy agradable, que intentaba hacer sentir cómodo a todo el mundo. Además, me gustaba su estilo de vida. Era política, pero estaba en el partido verde, lo que dice mucho de ella. Quería promover políticas medioambientales, de igualdad, de protección al ciudadano. Una persona con principios.

Más allá

El caso es que la imagen que me vino a la mente fue la de mí misma con mi bicicleta, feliz, con mi hogar, yendo a mi antiguo barrio para darle clase a esa mujer tan agradable. A la ida, casi todo bajada, con mi portátil en la mochila, cada viernes por la mañana, respirando el aire frío de la ciudad, el de primera hora de la mañana para luego volver a casa resoplando por falta de oxígeno, pero feliz. Con la nariz roja, las manos entumecidas, pero feliz, de hacer y deshacer, de haber creado mi propia vida, de vivir en una gran ciudad donde hay mil cosas que hacer, pero a la vez en una zona tranquila, alejada del bullicio del centro, con jardín, con naturaleza, con espacio, con luz. Las casas de Kensington y las de Moonee Ponds me encantaban, bastante antiguas todas, algunas con jardines descuidados, todos vallados con cercas de madera, cuya pintura estaba desconchada por la lluvia y la humedad. Cada rincón era un mundo nuevo para mí. Descubrir, explorar, eso es lo que me apasiona, sentirme perdida en un lugar, pero sin ninguna connotación negativa, dejarme guiar por mis propias piernas. Wandern. Pasear sin rumbo. Doblar una esquina a la derecha, otra a la izquierda, descubrir un parque y cruzarlo, encontrar un callejón escondido y pasar por él, pararme a contemplar la fachada de una casa cualquiera, oír el sonido de los pájaros, mirar el cartel de una cafetería con las puertas abiertas.

Luego en Brunswick volví a descubrir lugares nuevos, aunque no tantos, iba hasta la calle principal y me dejaba impresionar por todas las tiendas, anticuarios y bares. Dejaba la bicicleta sin atar, junto a una farola, y me metía en el primer museo o centro público que veía, admiraba exposiciones, hablaba con los captadores de ONGs, me apuntaba panaderías que tenían muy buen aspecto donde comprar baguettes o dulces o lugares para ir con él, para llevarle y sorprenderle y hacerle feliz, y compartir mi conocimiento con él, mis descubrimientos, compartirlo todo con él. Lo que hago cuando estoy feliz y lo que hago cuando tengo ganas de llorar y me siento sola. Entregarle mi piel, mis ojos, mis sentimientos, todo, pero sin perder yo todo eso. Entregárselo con confianza, con la confianza de que él sabrá apreciarlo y de que hará lo mismo conmigo, me dejará ver más allá de su fachada, más allá de su trabajo y de sus gustos musicales. Crecer juntos.


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