Revista Cultura y Ocio

Misses más allá del puertu Payares. Las “Señoritas Asturias”

Publicado el 03 diciembre 2013 por Aranmb

Glamour. Alegría. Elegancia. Los felices 20 trajeron consigo la prosperidad económica tan deseada después de cinco años de Guerra Mundial y, estrechamente cogidos de la mano de aquella bonanza monetaria, trajeron también el glamour de Hollywood, y el charlestón, y las flappers… y los concursos de belleza. A España llegaron, polémica mediante, a finales de los 20; la primera Señorita España, Águeda Adorna, en 1928, no trascendió a la historia. La razón, meramente administrativa, era que la organización del concurso cambiase de un año a otro. Adorna fue la representante española en el concurso mundial de belleza de Galveston, EEUU (y parece que el país le gustó: una vez eliminada, pasó tanto tiempo en Estados Unidos que fue amenazada con ser deportada, tras haber superado, con creces, su permiso de permanencia) El de 1929, sin embargo, fue organizado por ABC, para el concurso intercontinental que propusieron Le Journal y L’Intransigeant. Pepita Samper, a la que conocen muy bien en su casa,  según declaró una atribulada Adorna a la revista MUNDO GRÁFICO en enero de 1929, fue la primera señorita España oficial, retirada de la competición internacional por mor del fallecimiento de la Reina Madre y recordada, en el suyo propio (murió en 1998, a los 90 años), por todos los periódicos, a diferencia de la pobre Águeda Adorna, sobre la que caería, abrupto y contra su voluntad, el más miserable anonimato.

Gala Miss España 1934 (Bilbao)
Gala de Miss España. Año 1934. Miss Bilbao sobre el escenario

En fin. A Asturias el evento tardó en llegar un par de años, y ni siquiera la primera Miss Asturias fue elegida aquí, sino en el Centro Asturiano de Madrid. La suya, la de Maruja Suárez Morejón, fue la hazaña que abrió la espita para que, de repente, las asturianas se lanzasen a participar en un concurso que, al principio, interesó más bien poco: sólo dos candidatas se enfrentaron aquel 22 de enero de 1931; Maruja, la que ganó, y María de las Mercedes San Martín que, tras ser derrotada, se dirigió alegremente al Centro de Hijos de Madrid para probar suerte, esta vez, como Miss Madrid (tampoco lo consiguió). Para entender el por qué, baste decir que los concursos de belleza, en aquellos tiempos, estaban organizados por la prensa. Y la prensa, en lo que se refiere a publicitar un evento, sabe hacer muy bien su trabajo.

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1931 Maruja Suarez

Maruja Suárez Morejón (1931)

La musa de “más allá del puertu Payares”

Salió, triunfante, aquel día de su victoria como Miss Asturias, del brazo de un muchacho desgarbado, carialargado y de nariz imposible. Maruja Suárez, que aquel día era, y con mucho derecho, la protagonista, le quitó importancia: “es un muchacho con el que voy al cine”, declaró a los medios sobre la identidad de su acompañante, que no era otro que Alfonso Iglesias, el padre de Pinón y Telva. Por lo que sabemos de la biografía de él, no tanto de la de ella, la relación no prosperaría mucho tiempo.

Era una “damita proporcionada, con una buena proporción, según el MUCHAS GRACIAS del 14 de febrero, con todas las características de las mujeres nacidas más allá del puertu de Pallares (sic), no obstante ser morena, con ojazos profundos que envuelven la dulzura infinita de la sonrisa en las tinieblas nostálgicas de la mirada.” “Los que

Maruja Suarez Morejon 1931 Muchas Gracias
han pasado el túnel de Perruca”, insistía el enamoradísimo reportero, “sabrán lo que quiero decir cuando digo que está cargada de toda la dulcedumbre de los prados verdes, de las pumaráes y de los castañares. Maruja Suárez tenía el tipo de la época -un desnudo turgente, pero sin exageraciones, torneado en todos sus detalles, rollizo sin ser gordo”- y contaba 21 hermosos años. Le gustaba -¡agárrense con la combinación!- el chocolate, la fabada, los macarrones, el mar, la literatura romántica y los paseos en automóvil; y, claro, el cine, en el que soñaba trabajar.  De hecho, veinte días después de quedar la segunda en el concurso de belleza nacional, sólo trece votos por detrás de la victoriosa Emelina Carreño, la Miss republicana, el periodista de CRÓNICA  se la encontró en un casting para una película de John Stone en Madrid, al que se presentaba con sus dos hermanas. Nunca lo consiguió.

En Asturias su fama fue más discreta que la de sus sucesoras. La entrevistó, para LA PRENSA del 5 de febrero, Florencio Sánchez. Allí reconocía ser carbayona, nacida en el Pasaje y bautizada en San Juan el Real, aunque vivía en Madrid. “Para ella”, sin embargo, “no hay nada mejor que Asturias, ni más riente que sus praderas, ni más hermoso que sus puertos, ni más acogedor que sus habitantes, ni más alegre que la sidrina, ni más substancioso que la fabada.” Eran tiempos en los que las misses, además de demostrar ser bonitas, tenían que hacer gala de su tierra. Y tampoco les costaba gran esfuerzo.

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Mercedes Tuya Nuevo Mundo 15 1 1931
Mercedes Tuya (1932)

La evocación de los prados floridos

Esta ovetense de tan sólo 17 años leía poco, apenas unas breves novelitas sobre la vida de los galanes y las bellezas del cine: sus favoritos eran Billie Dove y José Mojica, y pasaba el tiempo entre rulos y modelaje. Tenía una pequeña peluquería en Oviedo, con no pocas clientas, según decía, y su juventud le impedía tener novio. “Carezco de experiencia”, decía de los hombres para el NUEVO MUNDO del 15 de enero, “por referencias sé que se pueden catalogar en tres categorías: buenos, regulares y malos.” La revista, que la definía como “la evocación de los prados floridos” asturianos, destacaba su bella sonrisa y su apasionamiento. “Si tuviera novio”, aseguraba, “amaría con vehemencia, como aman las mujeres de Asturias.” ¡Ahíva!

Siendo, como fue, la primera miss asturiana nombrada tras la proclamación de la República, no se libró de las pertinentes preguntas sobre política de rigor. “El voto a la mujer”, declaró a CRÓNICA, “me parece bien, pero no me entusiasma; acaso por no tener yo partido por el cual decidirme”. A tal respecto, el 12 de enero publica EL HERALDO DE MADRID una breve entrevista con Merceditas, en la que afirma que “casarse es el ideal de todas las mujeres”.

El 20 de enero de 1932, Teresa Daniel, Miss Cataluña, arrebató de forma estrepitosa el reinado de la belleza a Merceditas Tuya y el resto de señoritas que se presentaban al concurso. Merceditas volvió a su peluquería después de alternar, el resto del año, en saraos por toda la región. La fama de una miss siempre, o casi siempre, es tan efímera como lo fue en su caso.

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Manolita Roquer
Manolita Roquer Alpérez (1933)

La peregrina gijonesa

Gijonesa de 19 años. En 1932 fue elegida Miss Prensa por la Asociación de la Prensa de Gijón -le obsequiaron con un muñeco a semejanza de Maurice Chevalier-, y el 14 de febrero de 1933, en el concurso organizado por LA VOZ DE ASTURIAS, salió Miss Asturias. Aquel día, en el Orfeón Ovetense, se dieron cita varias muchachas de muy distintas procedencias: las misses que se presentaban independientes, por un lado, y las que venían elegidas por los ferroviarios de Oviedo, por el Orfeón Ovetense o por la Asociación de la Prensa de Gijón (la propia Manolita), e incluso una miss Gijón elegida en una sala de fiestas.

A decir verdad, la prensa nacional no le dio mucha importancia a Manolita Roquer, que no llegó, tampoco, a convertirse en Miss España. Pero en Asturias, y concretamente en Gijón, fue toda una celebridad, con sonetos incluidos: los que le dedicó LA PRENSA, por ejemplo, el 28 de agosto, tras ser elegida Miss Prensa:

Roquer
¡Manolita Roquer! Ésa es la guapa,
ésa es la peregrina gijonesa
cuya boca -la rosa de su boca-
se perfuma con esa risa ingenua
que ayer se desgranaba tiernamente
sobre la muchedumbre verbenera (…)
Vedla pasar. Es alta y espigada,
digna de ser morena… y de esta tierra
que si son el dechado de hermosura
las sevillanas que cantó el poeta
Manolita Roquer, yo lo aseguro
no siente envidia de ninguna de ellas.

Era hija de Ramón Roquer, administrador de Astilleros de Gijón, y se casó bien, y rápido, con su novio de toda la vida, el oficial de Marina Jesús Baños, cuando aún era miss, el 2 de agosto de 1933. Lo hicieron en la iglesia de San Lorenzo, en la más estricta intimidad y sin dejar que los periódicos sacasen a relucir su pasado de guapa oficial. Menos de un año después, en junio del 34, Manolita tuvo a su primer hijo. Una carrera de lo más fugaz.

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Oliva Ceñal (1934)

Una niña muy guapa

Olivia Ceñal 4

La eligieron en el teatro Campoamor, en el acto organizado, otro año más, por LA VOZ DE ASTURIAS. Tenía 19 años, pelo castaño claro y ojos castaños; conocemos sus medidas hasta la extenuación, como si de un mercado de carne se tratase -1,70 calzada, 54,800 kilos, 30,05 centímetros de cuello…- , porque las publicó el ESTAMPA del 5 de mayo de 1934 en un extenso reportaje en el que Oliva habla de lo divino y de lo humano, de su pasión por Joan Crawford, por el tango y por los hombres “muy hombres”. Le gustaba leer, “ahora bien, leer leo poco, por no perder la vista”, aseguraba, y era una asturianita viajera que había estado ya en La Habana, en Buenos Aires y en Nueva York. Le gustaba “viajar, viajar siempre, y mejor por mar que por tierra. Y aún mejor todavía por el aire.” Y, si en uno de aquellos viajes, pudiera conocer a Clark Gable, mejor que mejor. Le apasionaba, como a todas las asturianas, reconocía Ceñal.

Como Manolita Roquer, Oliva Ceñal también había sido Miss Prensa y, en el periódico organizador, le dedicaron versos dadivosos. Del 27 de agosto de 1933:

Olivia Ceñal 2
Es cierto. Oliva Ceñal
es una niña muy guapa
que ha visto nacer las rosas
dieciocho veces; su cara,
es una cara morena,
donde fulge una mirada
que, al ser de una gijonesa,
no es menester elogiarla.

Gijonesa, avecindada en la Avenida de Azaña número 12, segundo, hacía gala del amor por su tierra hasta límites extraordinarios: en mayo, cuando se trasladó a Madrid para participar en el concurso de Miss España, los periodistas de LA PRENSA la llamaron por teléfono a una hora más bien temprana de la tarde, y encontraron con que ya se retiraba a dormir. “Desde que salió de su tierra”, afirma sin titubear el diario, “vive soñando y no es extraño, por ello, que desee el sueño.” Ceñal se mostraba, además, apesadumbrada por el desprecio que le había hecho la colonia asturiana en Madrid, más entretenida en otros menesteres, que no había llevado representante alguno a la estación de tren para recibirla. Nadie, o eso dicen, es profeta en su tierra.

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Florinda Antuña Rodríguez (1935)

Flori, una belleza extraordinaria

Elegida en el acto organizado por la Asociación de la Prensa de Oviedo el 22 de abril de 1935, esta piloñesa de Peruyero fue la última Miss Asturias antes de que los malos tiempos borrasen de un plumazo no sólo los concursos de belleza, sino también muchas otras cosas más.

1935 Florinda Antuña 3

Pero eso es otra historia. Aquel día, Florinda Antuña estaba radiante, embutida en un vestido de noche de tafetán, al más puro estilo de los años 30, confeccionado por los Almacenes Rodríguea de Gijón. “La belleza de esta muchacha es francamente extraordinaria”, afirma LA PRENSA del día 23, “de facciones sencillas, tiene siempre la sonrisa a flor de labio y expresa unos gestos de dulzura, que complementan todo lo que se puede exigir de una miss con la esbeltez de su tipo.”

Florinda, Flori para las amigas, fue obsequiada por su nombramiento a café con pastel en el Peñalba y a ocupar un palco en el Buenavista, donde dio el saque de honor en el Valencia-Oviedo. Para ella, una tortura: reconocía no gustarle el fútbol salvo (atención) “cuando se caen los futbolistas lesionados (levemente, ¿eh?), y hacen esas contusiones en el suelo.” Iba para maestra, le gustaba cantar tangos argentinos y dibujar, y no supimos más de ella desde que se acabó su reinado. Algunos documentos la sitúan casada y residiendo en Oviedo en los años 60. Como ejemplo de lo que pudo ser, quede la exótica historia de Alicia Navarro, la canaria que ganó, en el año en que compitió Flori Antuña, el concurso de Miss España: llegó a ser Miss Europa, formó familia en la Habana y, después de ser abandonada por su marido, se casó con un filatélico griego. Murió siendo Alicia Papadopoulos. Florinda, y quizás fuera más feliz de esa manera, seguiría siendo Flori toda su vida.


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