Revista Cine

Pedro Almodóvar recomienda...dos clásicos

Publicado el 30 agosto 2011 por Fimin

A pocos días del estreno de la esperada "La piel que habito", Pedro Almodóvar vuelve a recomendarnos un par de películas de su dvdteca. Si el otro día se centró en la dupla noir "Winter's bone" y "Animal Kingdom" (ambas disponibles en filmin), hoy rescata dos joyas de los años 40 que en cierta manera recuerdan a la inolvidable "Detour".

“Nightmare Alley” (1947) de Edmund Golding. En español “El callejón de las almas perdidas”

Mi modo de combatir la ansiedad es tirarme a la calle y comprar compulsivamente de 10 a 20 dvds, dependiendo de la intensidad de la crisis. Si con esto no basta, me paso por un horno buenísimo del barrio y me doy un atracón de pasteles, esto solo cuando la crisis es digna de aparecer en un programa en horario de máxima audiencia de Tele 5. Reconozco que es más caro que el tranquimacín, pero me proporciona temas y listas que recomendar. A veces, entre las pilas de dvds, descubro joyas desconocidas como estos dos oscuros dramas de la Fox,  cuya existencia y calidad desconocía.

“El callejón…” tiene un reparto importante, Tyrone Power, Joan Blondell (en todas sus edades, igualita a María Teresa Campos) y Coleen Gray. Narra la ascensión y caída de un lector mental que adivina con los ojos tapados lo que los espectadores han escrito previamente en un papel, espectáculo que empieza a desarrollar en circos de poca monta y que, ante el éxito y el sex appeal del mentalista, consigue colocar en el circuito de lujosas salas de fiestas donde continúa su carrera triunfal. El mentalista está interpretado por Tyrone Power, un actor que injustamente nunca llamó mi atención, ni entendí el tirón que tuvo en su época, pero me llegó la hora de rectificar. En algún momento debo escribir sobre “Mi problema con los galanes”, con la excepción de los dos “caris”, Cary Grant y Gary Cooper, no comparto fanatismo por la mayoría de ellos.

Reconozco que en “El callejón…” Power derrocha poder, mental, sexual e interpretativo. Está espléndido, con unos ojos que taladran de ambición, deseo, locura y terror. Y con una capacidad de seducción demoledora.

La primera parte transcurre en un circo de quinta categoría, además del voraz arribista, interpretado por Power, aparecen dos personajes  masculinos que viven en el más bajo escalón de la degradación humana, dos personajes rotos y patéticos, ambos alcohólicos terminales. A uno le llaman el “salvaje” porque devora animales crudos delante de los espectadores, y el otro es un mentalista que trabaja con Zeena (Joan Blondell), la cual con amorosa abnegación le suministra su botella diaria, sin permitirle beber más. El “salvaje” vive en un absoluto infierno. Se pasa el día gritando desesperado, con frecuencia embutido en una camisa de fuerza que mantiene su desesperación viva hasta el momento de salir al escenario para desgarrar a dentelladas y comerse a los animales vivos que le ofrecen, solo después de su “actuación” recibe en compensación su ración diaria de alcohol. Es uno de los personajes más horrendos que recuerdo  en una película que no sea de terror. De los más escalofriantes.

Los dos alcohólicos aparecen al principio como ilustración del universo circense donde se mueve el personaje principal, el de Tyrone Power. Después de narrar su ascensión irresistible, movido por una ambición sin límites, descubrimos con sorpresa que lo que la película nos cuenta es el making of de los dos personajes terribles presentados al inicio. El mentalista sin escrúpulos, después de una racha de mala suerte cae en picado y vemos cómo él mismo acaba convirtiéndose en un “salvaje”. Tremendo. La historia gana según avanza la narración, llena de giros inesperados y personajes femeninos deslumbrantes.

El final es sórdido y emocionante. Cierra un círculo de fracasos de modo brillante, humilde en la forma, sin adornos, pero estremecedor. 

“El callejón de las almas perdidas” es un notable y  entretenidísimo  melo nero, que el fecundo Edmund Goulding dirigió y escribió adaptando la novela de William Lindsay.  

 

“Road House” de Jean Negulesco.

Procedente, igual que la anterior, de mis festivales nocturnos y domésticos, “Road House” ha supuesto otro descubrimiento. “El parador del camino”, título en español, está interpretada por Cornel Wilde, Ida Lupino y Richard Widmark. En algún momento tendré que escribir un capítulo titulado “La maldición de los guapos”, a propósito de actores como Cornel Wilde , que no ocupan el lugar que le corresponde en la historia del cine. Debido tal vez a su belleza morena, los estudios solo le encargaron personajes bondadosos (es muy difícil lucirse en papeles de bueno) o los convertían en objeto de deseo de mujeres como Gene Tierney o Ida Lupino, y a ver quién es el guapo que le hace sombra a estas señoras.

“El parador del camino”, es un melonero (síntesis de melodrama negro) dirigido en el 48 por el ecléctico Jean Negulesco, director también de “Cómo casarse con un millonario”, y “Johnny Belinda”. La reina absoluta de la película es Ida Lupino, una mujer que nunca fue guapa, pero que podía volver locos a los dos protagonistas sin esfuerzo aparente, a base de personalidad y buenas dosis de nicotina. Me gustan mucho las actrices con las mejillas un poco mofletudas, aunque ellas sean delgadas, como Ida Lupino, Gloria Grahame, Susan Hayward (demasiado pagada de sí misma, pero bueno), Barbara Stanwyck (soberbia siempre,) Carolyn Jones, Carmen Machi, incluso la primera Annette Benning, la de “The grifters” de Stephen Frears, donde va caracterizada un poco de Gloria Grahame.

Lupino hace de cantante de un bar de pueblo. Y te la crees a pesar de que su voz funciona mejor cuando dice frases cortantes. Canta dos canciones maravillosas, (“One for my baby, and one for the road”, o algo así, un clásico de la época).

Es una mujer solitaria e independiente (¡en el 48 del siglo pasado!), que se sabe guardar muy bien sola, a la que el dueño del bar con bolera contrata para animar el negocio cantando acompañada exclusivamente de un piano y un cartón de cigarrillos. El dueño es Richard Widmark, interpretando a un personaje más inofensivo y civilizado de lo que uno espera de él  (especialista en los malos más sádicos del cine negro). Su socio en el negocio es Cornel Wilde, al principio un poco sieso con Ida Lupino porque sabe que a  su socio le interesa no solo como cantante. Widmark soporta con paciencia los primeros desprecios de Lupino que desde el principio le pone muy claro que está allí para cantar y fumar (y beber), y que eso no incluye ni una sonrisa de más, por lo que Widmark decide seducirla por la buenas, como el señor que no es.

El cuarto personaje lo interpreta una jovencísima Celeste Holm, peinada con un flequillo que le ocupa toda la frente, lo que la hace parecer más gorda de lo que estaba  (después se afinó, maduró con maldad y esta fue su mejor dieta). Aquí el exceso de gramos le va bien al personaje, cajera del bar bolera, pizpireta y enrollada.

Es evidente que aunque Cornel Wilde la trate con frialdad, Lupino acabará liada con él, porque casi nadie se lía con Richard Widmark y ¡mira que era buen actor! La cuestión es que el rubio malvado e ingenuo está dispuesto a casarse con ella. Sale de caza un fin de semana para reflexionar sobre el paso que va a dar, pero cuando vuelve, con una licencia de matrimonio en la mano, la situación ha cambiado radicalmente. Durante el fin de semana Lupino y Wilde han tenido tiempo de hablar de sus respectivas infancias, y una cosa lleva a la otra, sin darse cuenta se refugian mutuamente en los brazos del otro. Les bastan dos días en esta postura para acabar enamorándose hasta la médula.

Hasta este momento la película transcurre como un melo nero intenso, básicamente por la mera presencia de Ida Lupino y Richard Widmark, pero realmente no pasa casi nada.  El modo en que Lupino mantiene la acción y los personajes a raya es un espectáculo en sí mismo, y casi el único que se puede contemplar. Con una actriz menos carismática esta primera parte no se mantendría.

La cosa se anima cuando Widmark llega, después del fin de semana cazando, dispuesto a casarse con la cantante y se encuentra con que se le ha anticipado su mejor amigo y socio. A partir de este momento Richard  Widmark se convierte en lo que esperamos de él, un ser diabólico y perverso, con una capacidad infinita de odio y sed de venganza. A diferencia de sus otros noirs su maldad es más intelectual que física. Consigue crear en la parte final un verdadero callejón sin salida para los dos amantes. Aquí es donde la película adquiere el esplendor de su negritud y te olvidas del drama. La tensión no disminuye en los últimos veinte minutos (lo cual demuestra que hay que ver las películas hasta el final).

El noir se distingue de otros géneros vecinos (el melodrama, la crítica social, el neorrealismo, etc) porque siempre hay un personaje que crea una situación  que inevitablemente obliga a otro a matar, por amor. Noir es cuando la muerte es la única solución.

“Road House” tal vez no será el mejor noir de los 40,  época dorada del género, pero supone una sorpresa gratísima en un verano tan pobre para el cinéfilo. Por eso os la recomiendo. Merece la pena, aunque solo sea por ver y oír a Ida Lupino.

 

En los próximos días comentaré el resto de recomendaciones, varias horas de placer asegurado para los amantes del cine o para amantes en general de las listas y los hit parades.


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