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Películas que nos marcaron: La visita de Jorge Luis Burroughs. City Lights y Annie Hall

Publicado el 24 febrero 2010 por Crowley
Películas que nos marcaron: La visita de Jorge Luis Burroughs. City Lights y Annie Hall
Comienza aquí una sección itinerante en la que ustedes, señoras y señores seguidoras/es de este blog, serán los artífices. Aquí podrán despojarse un poco de la coraza de privacidad que nos ofrece internet y podrán dejar aflorar sus sentimientos cinéfilos y darnos a descubrir sus pasiones cinematográficas. Como ya saben ustedes, el leit-motiv de estos posts es que nos cuenten qué película(s) o escena(s) fueron claves en su niñez o adolescencia y por qué.El amigo Jorge Luis Burroughs, del siempre interesante y de obligada visita blog EL ALMUERZO DESNUDO, nos deja sus impresiones sobre las dos películas que para él fueron claves en su amor por el cine, una de Chaplin y otra de Allen. Disfruten de su texto...No recuerdo la escena, no recuerdo el año, pero recuerdo las emociones, las imágenes, a dos genios de la comedia haciendo lo que mejor sabían hacer: Cine. Haya sido como haya sido, me gusta imaginar (y por ende recordar) que las cosas fueron así:
Tenía yo 9 años. Desde siempre me habían llevado al cine con cierta frecuencia. Era uno de mis espectáculos preferidos, aunque simplemente eso: un espectáculo. Ya tenía conocimiento de ciertas figuras, de ciertos géneros, pero en realidad el llamado séptimo arte aún no adquiría la relevancia que ahora tiene en mi vida. Total que ahí estaba yo, Jorge Luis Martínez, de 9 años, sentado frente a la televisión, sin saber que mi vida estaba a punto de cambiar.
Aquella noche, por el Canal 11, pasaban una película llamada Luces de la ciudad, de un tal Charles Chaplin. La primera escena mostraba al vagabundo Charlot haciendo una serie de desfiguros Películas que nos marcaron: La visita de Jorge Luis Burroughs. City Lights y Annie Hallfrente a un elegante público que esperaba que un monumento fuera presentado. Después de esa escena que me hizo reír como nunca, vendría una conmovedora y divertidísima historia sobre el vagabundo que pretende ser un millonario para enamorar a una ciega. Sin saberlo, estaba presenciando, a la vez, una fina pieza de humor, una crítica a la sociedad industrial y una bella historia de amor. Aunque el entorno huya de mi memoria, siempre quedará esa imagen de Chaplin humillado por dos niños, así como por la sociedad que lo encerró un tiempo en la cárcel, reencontrándose con su amor, quien se da cuenta
quién era el supuesto millonario que la ayudó a salir de la pobreza y de la enfermedad. Fue cuando vi el rostro de emoción de Chaplin (el gesto de perrito lastimado, la lágrima contenida, la música), que comprendí que el cine podía trascender más allá de una pantalla; que detrás de toda la técnica, hay sentimientos volcados, hay belleza, hay arte. Y fue entonces también cuando aprendí a amar al cine y comprendí de que se trataba en verdad: de comenzar con una carcajada y terminar con una lágrima.
Por si esto fuera poco, una semana después transmitían, en ese mismo canal, Dos extraños amantes, es decir, Annie Hall, de Woody Allen. Ya había visto yo de este genio la comedia Bananas, y casi me muero de la risa. Pero Annie Hall fue algo completamente distinto. Desde la escena inicial con Allen hablando directamente con el espectador, quedé prendando del personaje y de su obra. Después vendría una gran historia que, al igual que la de Chaplin, estaba llena de matices cómicos y dramáticos. Pero también estaba ahí la experimentación, cosas que nunca había visto en una película: pantalla dividida, pensamientos subtitulados, incrustación de una animación. Por su puesto, estaba yo lejos de comprender muchas cosas, pues a los 9 años no se ha vivido gran cosa y apenas empezaba a abandonar el principio del placer dado en la infancia. Sin embargo, esa historia y esa técnica transmitieron tantas emociones, que no bastó con verla una vez para comprenderla del todo. Volvería a Annie Hall en diversas ocasiones: la primera vezPelículas que nos marcaron: La visita de Jorge Luis Burroughs. City Lights y Annie Hall que me enamoré, la primera vez que me botaron, y las segundas veces también. Aún hoy, sigo encontrando en esa obra maestra grandes consejos, grandes carcajadas, grandes enseñanzas, y sigo leyéndola en todas partes, en cada situación de mi vida. Con Annie Hall, lo que descubrí fue que el amor era complejo, lo único que me faltaba era saber qué cosa es el amor. Woody Allen me da la respuesta de nuevo: algo loco, sin sentido, una verdadera droga (científicamente, esto es totalmente cierto), pero que, pese a todo, nos ata, y seguimos envolviéndonos en él porque, a fin de cuentas, necesitamos los huevos.

Por su puesto, después llegarían otras películas que cambiaron mi vida, o más bien autores, desde lo divertido y vulgar de Kevin Smith o Judd Apatow, hasta lo sesudo y transgresor de Kubrick, Haneke, Van Sant o Iñarritu, pasando por verdaderos artistas como Cuarón, Eimbcke, los Coen o Amenábar. Pero, siendo sinceros, de no ser por Chaplin y Allen, esos dos genios de la comedia y la tragedia, de la crítica y el quehacer artístico, jamás hubiera podido apreciar y disfrutar del cine como lo hago ahora. Fueron para mí lo que los Beatles a la música o Alan Moore al comic: señales de que algo hermoso y complejo burbujea bajo la superficie.

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