Revista Expatriados

Una visión china de los sucesos de Tiananmen (1)

Por Tiburciosamsa


La visión que tenemos en Occidente de los sucesos de Tiananmen es muy sencillita: movidos por el ejemplo de la perestroika, los estudiantes chinos pidieron más democracia y libertad de expresión. Los catalizadores de la revuelta fueron los funerales por el reformista caído en desgracia Hu Yaobang y la visita de Gorbachov a Pekín. El liderazgo del Partido Comunista Chino se fracturó entre conservadores y reformistas, siendo al final los primeros los que ganaron. Las protestas fueron reprimidas y fin de la historia. Una coda a los sucesos es que proporcionaron argumentos a Francis Fukuyama y a su tesis de que la democracia y el mercado es el sueño de todos los pueblos, hacia el cual se dirigen.
El intelectual chino Wang Hui en el artículo “El movimiento social de 1989 y las raíces históricas del neoliberalismo chino” presenta una visión mucho más compleja y matizada de lo que ocurrió en 1989.
Wang piensa que para entender Tiananmen es preciso partir de las reformas que se iniciaron a finales de los setenta. Entre 1978 y 1984 las reformas se centraron en el campo. Básicamente se suprimieron las comunas populares, redistribuyendo sus tierras e implementando un sistema de producción de responsabilidad familiar, se aumentaron los precios de los productos agrícolas y se estimuló la diversificación de la economía rural mediante el desarrollo de empresas rurales. Una consecuencia de estas reformas es que la diferencia de renta entre el campo y la ciudad se redujo. Fue una reforma que se llevó a cabo sin dislocaciones ni traumas.
Las reformas iniciadas en 1985 en el mundo urbano suele considerarse que consistieron en la introducción de los mecanismos de mercado. Wang Hui va más allá y las analiza desde el punto de vista sociopolítico. En su opinión lo que hubo fue un traspaso de poder político y económico. El Estado transfirió recursos que hasta entonces había controlado él directamente. Las administraciones locales fueron las grandes beneficiadas, al conseguir una mayor autonomía y un mayor control sobre la asignación de fondos.
El punto principal de las reformas urbanas fue la reforma de las empresas de propiedad estatal que implicó una auténtica privatización. La privatización supuso la aparición de grandes desigualdades salariales entre los obreros y los directivos y entre quienes trabajaban para grandes empresas estatales y quienes lo hacían para pequeñas. Apareció la estratificación en las organizaciones, el estatus de los obreros se deterioró, fracasó el sistema de ayudas sociales para los más desfavorecidos y el trabajo empezó a perder en el reparto de los beneficios frente al capital.
Los economistas que debían dirigir el proceso no se ponían de acuerdo sobre si los cambios debían venir dirigidos por una reforma en el sistema de fijación de precios, dejando que los determinasen las fuerzas del mercado, o por una privatización a gran escala de las empresas estatales. Este debate venía provocado por la aparición de una inflación persistente, que se temía que pudiera hacer que el proceso descarrilase. Se optó por combinar un ajuste de precios dirigido por el mercado con una reforma en el funcionamiento de las empresas. Comparado con cómo fueron las cosas en la URSS, los chinos fueron bastante exitosos, pero…
El “pero” es que coexistían unos precios fijos, sobre todo para los medios de producción, y unos precios liberalizados, sobre todo para los productos de consumo. Se crearon así las condiciones para que la corrupción y la especulación asomasen. Además, bajo el eslogan de separar política y empresa lo que ocurrió fue que se separó la propiedad, que siguió siendo estatal, de la gestión que quedó en manos de los directivos que aprovecharon para enriquecerse. Una manera obvia: los directivos producían con inputs cuyos precios estaban fijados y subvencionados por el Estado unos bienes de consumo que venderían a precios de mercado. Los beneficios podían ser astronómicos. A nivel social esto provocó una gran inflación y crecientes disparidades de riqueza.
En junio de 1988 el Gobierno trató de frenar la situación anunciando que eliminaría progresivamente los precios fijados. La gente se lanzó a las tiendas en previsión de una subida de precios generalizada. El Estado tuvo entonces que retomar el control de la economía. Lo malo es que para entonces ya habían surgido grupos de interés que se beneficiaban de la coexistencia de dos sistemas distintos de fijación de precios y, peor todavía, esos grupos ya se habían enriquecido lo suficiente como para poder corromper y sobornar. Esos grupos, que se unieron a todos los demás que estaban meneando el barco, buscaban la expansión radical del mercado.
Durante la segunda mitad de 1988 el malestar social no hizo sino aumentar. Los obreros se encontraron con que perdían poder adquisitivo y que aparecía el fenómeno del desempleo. Los beneficios sociales disminuyeron, haciendo que muchos empezasen a dudar sobre las bondades de la reforma. Obreros, funcionarios y asalariados empezaron a dejarse ganar por una sensación de inseguridad. Se produjo entonces una crisis de legitimidad. En opinión de Wang Hui la crisis no se refería tanto al Estado planificador que estaba en proceso de mutación como a la forma en que se estaban repartiendo los beneficios de la reforma.
Las peticiones básicas de los estudiantes de 1989 y de los intelectuales que les apoyaron eran: democracia política; libertad de los medios de comunicación; libertad de expresión y de asociación; Estado de Derecho; reconocimiento de su movimiento por el Estado. Los estudiantes fueron apoyados por amplios sectores de la población menos articulados y que, simpatizando con sus peticiones, tenían una agenda de contenido más social: oposición a la corrupción y a los abusos de los funcionarios; oposición a “los principitos”, o sea a los vástagos de los altos dirigentes del Partido que gozaban de privilegios especiales y aprovechaban los contactos de sus padres para medrar; estabilidad en los precios; seguridad social; justicia; medios de comunicación libres y reorganización en la manera en la que se estaban distribuyendo los beneficios de las reformas. Es decir, en las protestas de 1989 confluyeron dos movimientos: un movimiento social más difuso, de aquéllos que veían que el crecimiento de los mercados estaba afectado a su bienestar, y un movimiento político que criticaba al Estado monolítico y autoritario. No olvidemos además que muchos de los que pedían justicia social lo hacían sobre una base ideológica socialista, con la que tal vez no todos los estudiantes se identificasen ya. Pero aún hay más: también estaban los grupos de interés que querían una mayor descentralización y una privatización más radical. Y no todos los intelectuales que se involucraron en las protestas estaban movidos por motivaciones claras y puras. Había quiénes las veían como una manera de influir sobre las relaciones de poder dentro del Estado.
El desarrollo de las protestas se vio favorecido porque los medios de comunicaciones estatales no consiguieron vender una imagen unívoca de lo que estaba ocurriendo. El Estado se vio desbordado mediáticamente por tres causas: 1) Los conflictos de poder entre las camarillas, entre la política económica aplicada y la ideología vigente y entre gobierno central y administraciones locales impidieron que se diera una visión unívoca de los acontecimientos; 2) La magnitud de las protestas impidió que los métodos habituales de control de la información fueran eficaces; 3) Había un cierto solapamiento entre las demandas de justicia social y la ideología socialista del Estado, lo que las confería una cierta respetabilidad.
El Estado se vio cogido en una contradicción esencial. En lo ideológico seguía mirando hacia el pasado y abogando por la igualdad social. Pero en lo económico estaba propiciando las disparidades de renta y los desequilibrios entre el campo y la ciudad. Desde un punto de vista ideológico podían atacarse sus políticas económicas y desde un punto de vista económico podía criticarse su ideología socialista trasnochada. Estas contradicciones están muy bien ambientadas en la novela “Muerte de una heroínaroja” de Qiu Xialong, en la que uno de los personajes es simultáneamente una trabajadora modelo, una “heroína roja”, y la amante de un “principito” que vía contactos se ha beneficiado de los cambios económicos. 
Wang Hui piensa que los estudiantes cometieron el error de no darse cuenta de que lo que estaba en juego no era sólo la democratización de China, sino su entrada en el mundo neoliberal que ya estaba triunfando en Occidente. Convenientemente, las interpretaciones foráneas de los sucesos de Tienanmen siempre han insistido en la idea de los estudiantes que querían más democracia política y libertades y han dejado de lado los otros elementos de las protestas.
Wang Hui afirma que lo ocurrido en Tiananmen “hizo temblar el mundo y su estela inició el ocaso de Europa Oriental y de la Unión Soviética.” Aquí creo que exagera. Europa Oriental y la URSS tenían su propia dinámica y el sistema comunista allí iba camino del desaguadero de la Historia con o sin Tiananmen. Más bien al contrario: la visita de Gorbachov a Pekín sirvió de catalizador para los estudiantes descontentos. Si Deng Xiaoping hubiera viajado a Moscú, no habría pasado nada, ni aunque se hubiera paseado en gayumbos por la Plaza Roja. En la Europa comunista bastante tenían con sus propios problemas como para fijarse con lo que estuviera ocurriendo en China.

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